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Ya era de noche cuando salí de
la oficina y cerré la puerta con llave. No quedaba nadie en aquel antiguo edificio
repleto de asesorías, despachos de abogados y notarías. Caminé por el largo
pasillo que conducía al ascensor, cuyas paredes cubiertas con madera vieja y
oscura parecían absorber la luz. El silencio era tal que podía oír mi propia
respiración. Por eso, cuando alcancé el final del pasillo, me sorprendió
encontrar a una persona inmóvil junto a las puertas del ascensor. Era un hombre
muy mayor, con el pelo canoso, que vestía un traje negro y sostenía una bolsa
de basura de grandes dimensiones. Casi podría pasar por el conserje del
edificio, pero yo sabía que no lo era. Me acerqué a su lado y le dí las buenas
noches, pero no contestó. Deduje que tendría problemas de oído y no le di mayor
importancia. Pero después de esperar un buen rato a que se abrieran las puertas
mecánicas, sentí que algo extraño pasaba, sobre todo al ver que el botón del
ascensor estaba apagado. Miré al señor de la bolsa y le pregunté si no lo había
pulsado, pero seguía sin reaccionar a mis palabras. Por algún motivo no me
sentía cómodo junto a aquella persona y decidí bajar por las escaleras. Empecé
a caminar en dirección contraria, buscando la salida de emergencia, cuando
escuché unos pasos detrás de mí, junto con el sonido producido al arrastrar una
gran bolsa de plástico por el suelo. Aceleré la marcha, pero seguía escuchando
aquellos pasos cada vez más cerca. Me detuve bruscamente y giré sobre mí mismo,
intentando sorprender a mi asaltante, pero no había nadie en el pasillo, solo
una bolsa de basura. Salí corriendo sin importar lo que pudiera contener.
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