LA PLUMA SIN TINTA

Bienvenidos a este rincón donde literatura y otras artes se dan cita como fanzine digital y en papel.

12 de mayo de 2020

Sin parada en Estocolmo.

Un relato de Alejandro Quero.


Abro los ojos con gran dificultad, noto la sequedad en los globos oculares, pero aún puedo ver algo, seguro que de forma distorsionada, pues la mayoría de mi campo visual está borroso y la luz ha perdido la amable función de impactar en la realidad para devolverme su reflejo, ahora es una kilométrica aguja que perfora mi sentido visual mientras tenga los ojos abiertos.
“¿He muerto ya?” se pregunta la poca cordura que se resiste a morir en mi interior, lo hace de forma repetitiva, como un niño preguntando en el asiento de atrás si queda mucho para llegar. No sé si han pasado cuatro días o dos semanas desde mi secuestro, pero el azaroso hecho de que mi secuestrador muriese de un infarto al poco de amordazarme y atarme a la fría viga que ahora es mi lecho, sin duda ha hecho que mi cordura haya ido menguando. Puto gordo cabrón, no sé quién es, pero cayó a dos metros de mí con una mueca de dolor que se ha ido relajando con el tiempo y ahora tiene una sonrisa en la cara. Si no estuviese amordazado y deshidratado le escupiría, lástima que no haya desnivel en el suelo para que se le hubiese empapado la cara con mi meado.
Hablando de meado, ahí viene otra vez esa dolorosa sensación en la vejiga.
—¡Hhhmmmmmmfff! Hhf, hh f—Cada gota duele tanto que lloraría, la respiración se hace imposible y el entumecimiento y la constante cefalea no ayudan en nada. Por no hablar de…
—¿Quieres un vaso de agua? Jajajajahcof, cof —me pregunta el blando cadáver que me mira y tiembla por la tos.
—“No tiene gracia, haz el favor de dejarme tranquilo” —Pienso con hartazgo.
—Perdóname chico —se lamenta con aparente sinceridad— no era mi intención morirme dejándote en esta situación, pero no conté a nadie mi plan de secuestrarte, así que nadie sabe que estás aquí.
—“No tiene importancia” —Pienso con desaire.
La luz parpadea al saltar el termostato de alguna de las neveras que hay en el sótano y el parpadeo se sincroniza con la vuelta a la normalidad de su cara, y con un leve “click” que oigo dentro de mis oídos. No aguanto más, necesito comer algo.
Saco las manos de las ataduras y me quito la mordaza.
—¡Ya está bien hombre! —me sacudo el pecho y los pantalones. Saco de mi bolsillo mis gafas de sol y me las pongo mientras avanzo decidido hacia la puerta— ahí te quedas.
Cuando salgo por la puerta estoy en la calle principal y los aromas que los extractores de las cocinas sacan a la calle van creando sabrosas melodías que me empujan de un lado a otro generando un deseo, un deseo que se va dibujando ante mis ojos y que cada vez veo más claro, todos esos colores, todas esas texturas… ese frescor.
—Me apetece una ensalada —emito.
—Enseguida —recibo.
El lugar se ve agradable, toda la pared está cubierta de pantallas donde se van sucediendo mosaicos en blanco y negro, de distintos diseños. Debe de haber como 14 personas trabajando pero sólo hay una clienta, al fondo del salón, y yo.
—Su ensalada —me dice uno de los camareros mientras pone un plato delante de mí, ahora que me fijo, parece que hay centenares de camareros.
—Gracias, a todos —le digo tímida pero sinceramente mientras cojo el tenedor y selecciono con él algunos ingredientes para llevármelos a la boca, pero lo hago todo sin apartar la mirada de la chica del fondo, que se levanta y se dirige hacia mí con su mirada fija en la mía. Es una chica asiática, rubia, altísima y vestida con prendas que parecen de plástico transparente que permiten ver su cuerpo sin necesidad de imaginar nada. Introduzco en mi boca el tenedor lleno de lechuga, maíz, salsa, atún y pollo, y lo saco vacío, pero no noto sabor a nada, ni ninguna textura. Mi boca está vacía y la chica ya frente a mí, apoya sus manos en mi mesa inclinándose hacia adelante, tiene un gesto de enfado en su rostro y sus labios se separan varios milímetros…
—Muérete.
Me sobresalto y todo se vuelve negro, no huelo nada, ni oigo nada.
—“¿He muerto ya?”
No siento dolor ni tengo el cuerpo engarrotado, ni la ropa húmeda.
—¿Has muerto ya?
—“No lo sé. ¿He muerto ya?”
—Yo diría que sí…
—“No me lo puedo creer. ¡Al fin!”
—¿Estás contento?
—“Sí, mucho… Pero ¿Ahora qué?”
—Ahora nada.
—“…”
—…

Kiosco Querillo
Books & Candies

Avd Luis Buñuel. Frente al estadio La Rosaleda. Málaga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario