LA PLUMA SIN TINTA

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18 de mayo de 2020

Tangos desalientados.

Un relato de José Ruiz Anagaru.
Instagram: @agaruartist    Web: www.anagaru.es



Recuerdo la primera vez que morí. Las nubes se mezclaban con la tierra y el viento doblaba los almendros dejándolos sin flores. Las perdices gritaban en el fondo del estanque y las carpas cantaban tangos desalientados. El fango hacía muy pesado mi caminar por el sendero de la desazón. Recorrí gran parte del camino acarreando el saco de los muertos, queriendo coger el sol y encerrando la luna entre mis miedos. Abrí el paraguas bajo las caricias, los abrazos y los besos. Pisoteé las miradas, las sonrisas y los sentimientos. Subí hasta el fondo de la torre de chocolate, levanté una muralla de sábanas de esparto y me abastecí del manantial de cebada hasta ahogarme en mi lamento.

Me perdí en una calle del centro. La recorrí de arriba a abajo y de abajo a arriba. Caminé por el techo y fui empujando todas las puertas de los soportales, hasta que al final una se abrió. Entré a un vasto bosque iluminado por gatos que brillaban en la oscuridad. El suelo era de mármol blanco pulido y los frutos de los árboles eran cráneos de todas las especies animales, incluida la humana. Por los ríos fluía la sangre hasta llegar a un estanque octogonal, donde se ahogaban los flamencos negros. El lamento de las flores de metal me susurraba en los oídos, acompañado de un vendaval de polvo del infierno. Descendí por un sendero de espinos desechando las zarzamoras y encalleciendo mi alma. Caí por el precipicio del desapego y me golpee la cabeza con una gran piedra solitaria.

Desperté en una habitación oscura, cubierto de mugre y de restos de comida putrefacta. La ropa sucia se amontonaba encima de los muebles, incluso de los vasos con culitos de café y cerveza. Me estaba meando y cagando, así que fui al baño a toda prisa. Mientras defecaba, los rayos de sol se filtraban por el cristal de la ventana. Esa sensación de calor en mi cuerpo me hizo sentir muy reconfortante, y sentí vida en mi carne, en mi corazón. Sentí lucidez en mi cerebro y energía por todo mi cuerpo. Salí fuera de la casa y corrí entre los almendros en flor, sintiendo la brisa del viento en mi pecho y el cantar de las perdices en mi estómago. Bajé a la ciudad y me enredé en los hilos de la gente, rompí la coraza y limé todos los callos de mi alma, sintiendo la fuerza de todas las cosas, sintiendo como la vida volvía a fluir en todo mi ser.



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