LA PLUMA SIN TINTA

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13 de mayo de 2025

LA REGLA DE MADERA (Relato, José Miguel De la Torre)

 
LA REGLA DE MADERA

Un relato de José Miguel de la Torre


El maestro invitó a José a entrar en el aula y cerró la puerta con suavidad. Dentro, diez niños de diversas edades ocupaban los pupitres y lo observaban con curiosidad y compasión. José aún desconocía la verdadera personalidad de don Vicente, quien no era tan afable como aparentaba.

—José, siéntate delante de aquel niño rubio —le ordenó el maestro con severidad.

José no podía creer que el niño en cuestión fuera su amigo Ramoncillo y lo saludó con efusividad mientras tomaba asiento. Ramoncillo también tenía siete años, pero parecía más pequeño y frágil. Trabajaba como mozo en el cortijo de unos señoritos que lo vestían con ropa fina y le proporcionaban la mejor educación posible. No obstante, también lo obligaban a dormir en la cuadra junto a los mulos y los caballos que cuidaba.

—¿Desde cuándo vienes a la escuela? —quiso saber José.

Ramoncillo bajó la mirada al notar la presencia amenazante del maestro detrás de él, confiando en que José entendiera que hablar en el aula sin permiso estaba prohibido.

—Ahora vivo en el pueblo. Si quieres, luego te convido a merendar —ofreció José, sin percatarse del nerviosismo de su amigo.

Al no recibir respuesta, José desvió la mirada hacia las paredes del aula, donde solo tres elementos rompían la monotonía del blanco: un retrato de Franco, con su gesto inclemente y su uniforme militar, un crucifijo y un mapamundi. Al frente, bajo una gran pizarra, se encontraba el escritorio donde don Vicente acababa de sentarse.

—Hemos hablado bastante de Hernán Cortés, pero antes de finalizar, me gustaría detenerme en uno de sus hombres más valientes —retomó el maestro—. Se llamaba Cristóbal de Olid y era natural de Baeza. Como podéis ver, nuestra tierra también ha dado grandes exploradores. 

—¿Usted lo conoció, maestro? —interrumpió José.

—No pude conocerlo, porque vivió en el siglo XVI —puntualizó don Vicente, visiblemente contrariado—. Como os decía, Cristóbal de Olid nació en Baeza y era un hombre de espíritu aventurero. Aprendió a navegar por mares desconocidos que lo llevaron a Las Indias. Allí, Hernán Cortés lo nombró capitán en la conquista de México. 

El maestro hizo una pausa, escrutando a sus alumnos para asegurarse de que seguían la historia. Mientras tanto, José, con aire distraído, dibujaba en su pizarrita una escena campestre. Los demás niños advirtieron que don Vicente se acercaba a él empuñando su temida regla de madera, y contuvieron la respiración.

—José, ¿qué estás haciendo? —inquirió el maestro, arqueando las cejas.

—Estaba dibujando —masculló José, agachando la cabeza con vergüenza.

—Parece que te has manchado de tiza —observó el maestro—. Enséñame las palmas de las manos.

José obedeció, sin tiempo de adivinar lo que iba a suceder. De manera inesperada, el maestro le golpeó con la regla de madera en las yemas de los dedos de la mano derecha, seis veces consecutivas. 

—¡En mi lección, todos tienen el deber de atender! —bramó el maestro—. Y si no atienden, esto es lo que ocurre 

José apretó las mandíbulas, intentando controlar las lágrimas. No se oyó una sola palabra más durante el resto de la lección.


(Relato incluido en el número 5.pdf)

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