LOS PESCADORES
Un relato de Paco Bravo
Recordaré siempre el camino de setecientos metros que había de casa a la playa. Cargaba mi madre la nevera y yo las toallas.
- Pati, gasta cuidado por donde pisas.
En el camino había un último tramo descampado, repleto de jeringuillas y un poblado de chabolas donde vivían gitanos. Mi madre los llamaba Pelus y hacía hincapié en no acercarme a ellos. Una vez llegábamos a la playa, yo me metía en el agua y allí podía pasar horas. Ella se tumbaba al sol y desde la orilla relucía el contorno de su cabello largo y castaño. Su silueta decoraba esa playa extensa y llana, casi infinita, un mar de albero. En la perspectiva contraria se veía el mar de verdad, planito y llano, como un mantel, interrumpido por algunos barcos pequeños llamados lanchas y unos hombres que echaban redes.
Al salir más arrugado que una pasa, mi madre y yo comíamos su inmortal tortilla de patatas. Yo le preguntaba quiénes eran esos tipos y ella respondía: son los pescadores y te atrapan con su red si pasas mucho tiempo en el agua. Admito que era muy pesado, al igual que mis hijos, pues hasta bien crecidos tampoco pararon de preguntar ochenta veces lo mismo.
Hoy salgo con ella de nuevo a la playa. Han pasado cuarenta y tantos años de aquellos veranos. Yo insistía a mi madre en que usara su coche para ir a la playa pero ella se negaba, pues el camino era demasiado corto como para malgastar combustible. Ahora es ella la que me pide conducir, pero yo le digo que por bien de su circulación tiene que caminar. A veces es terca, como una niña. Pasamos por el descampado, que ahora es un excelso paseo marítimo. Ya no hay chabolas ni gitanos, más bien hoteles y turistas. Cuando llegamos a la playa,mucho más estrecha que antes, se echa al agua y allí puede pasar todo el tiempo que quiera, no tiene límites. Su silueta sigue siendo magnífica, para mí no deja de ser la misma mujer joven resplandeciente de antes. La ayudo a salir del agua, pues le cuesta bastante subir el escalón de la orilla. Me pregunta por los pescadores y yo le digo que están en esos cruceros transatlánticos. Puede ser la décima vez que lo haya preguntado, pero yo no me enfado, pues ella jamás lo hizo conmigo. Estamos comiendo. Después de comer me pregunta si he comido. Le respondo que sí. Seguidamente vuelve a preguntar lo mismo. Le respondo que sí, de nuevo. De nuevo pregunta: Pati, has comido? Y yo le respondo que sí las veces que haga falta.
Mientras mantenga mi memoria ella seguirá viva, en cuerpo y mente. Su figura sigue pareciéndome resplandeciente y excelsa. Soy ya cincuentón pero mis ojos siguen siendo los de un hijo que observa a su madre. Disfrutaré como un niño las veces que me apode Pati y siga haciendo preguntas, aunque mis respuestas no sirvan de nada. Lleva casi dos horas en la orilla.
- Mamá, sal del agua, que los pescadores van a soltar la red y te van a llevar.
Aún no se cómo decir a mis hijos que las divinas tortillas de la abuela se las llevó el Alzheimer. Seguro que no les será fácil de aceptar. Se preocuparán bastante y temerán por su vida. Entonces llegará el momento en el que tenga que recordarles algo; quizás lo más importante: la abuela es eterna, como los pescadores, pues su mundo no es el cielo ni la tierra. Ella es hija del mar.
(Relato incluido en el número 5 - pdf)
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