Un relato por M.D.Barrionuevo
Aquella mañana el sol no salió. Un eclipse, un error del reloj, un sueño. Los habitantes parloteaban sin cesar en la calle, en bares, en el metro, en todas las casas las orejas estaban atentas a una explicación de tan increíble suceso. La noche mientras tanto salió ganando.
Duraba desde la mañana a la noche y desde la noche a la mañana. La oscuridad lo cubría todo, un eterno eclipse total, según algunos el esperado gran apagón. Los amantes de las horas nocturnas empezaron a preguntarse si tenía sentido dormir durante el día para estar despierto en la noche. Las horas diurnas eran nocturnas y el sentido de protesta de su acción contra la sociedad ya no era coherente.
Al tercer día las plantas empezaron a perder el verde de sus hojas, un color entre marrón y gris cubrió el bosque. Las flores dejaron de abrir sus cuerpos al amanecer. La mañana envuelta en tinieblas daba paso a la tarde sumida en la penumbra. La luz de las farolas adornaban calles y rostros a lo largo de cada hora. Ya no era necesario hablar de días. El tiempo sumido en la oscuridad eran solo segundos, un eterno transcurrir, un amasijo sin sentido. Ya no existía el descanso, los empresarios levantaron sus quejas por el pago extra de las horas nocturnas, los políticos preguntaban a expertos cuanto duraría aquello y como deberían afrontar los entresijos del futuro más oscuro de la historia.
Ni la ciencia, ni la religión, ni la filosofía tenían respuesta alguna. Los científicos resolvían sus dudas analizando los datos recogidos sin llegar a la más acertada de las teorías. Las diferentes religiones, unidas en asambleas por primera vez en la historia, debatían textos milenarios, bíblicos, apócrifos y otros olvidados y eximían causas justificadas para aclarar hechos tan extraordinarios. Los filósofos más calmados argumentaban cambios, un simple desvarío en la inestabilidad del espacio tiempo, un símbolo del eterno cambio.
Sin embargo, ante todo pronóstico, la IA fue contundente. Si el sol no brillaba: alguien había cortado el cable. Líderes políticos, académicos y catedráticos quedaron boquiabiertos. La existencia de un cable cósmico capaz de dar energía al sol podría alimentar la tierra sin necesidad de pagar a las empresas energéticas ni un céntimo. Los teléfonos de Estado comenzaron a sonar, la solución a la falta de luz apareció en el mejor momento, cuando los ánimos crispados alentaban grandes manifestaciones y disturbios en las calles. En el catorceavo mediodía ocurrió algo inesperado, el sol encendió su esférico cuerpo como antes nadie lo recordaba.
El rumor corrió entre los pasillos. Universidades, centros de investigación y concilios querían una respuesta. Fue entonces cuando los sindicatos dieron una rueda de prensa. Una huelga, dijeron. El sol, bajo la presión de los sindicatos, había iniciado una huelga hacía ahora dos semanas. La razón del fin de la misma: la incapacidad de un sistema para purgar los malos hábitos, de restaurar la calma frente a la neurosis productiva, un sistema condenado a la extinción. La noche perdió su magia. Un selfie en el almuerzo aseguraba el trending topic.
El amanecer comenzó a ser
venerado por nuevas tendencias religiosas y el cableado cósmico instaurada como
asignatura obligatoria en el grado de física. Los pájaros volvieron a cantar y
los árboles respiraron tranquilos mecidos por el aire cálido de la primavera.
(Relato incluido en el próximo ejemplar: Número 6 digital y papel)
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