LA PLUMA SIN TINTA

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27 de junio de 2025

EL PÁJARO DE JUGUETE QUE VOLABA (Hechos reales, Fran Kapilla)



EL PÁJARO DE JUGUETE QUE VOLABA
Basado en hechos reales. Fran Kapilla


Con diez años, estuve viviendo en París un tiempo, la paradigmática ciudad, la ciudad de la luz, la ciudad donde los problemas callejeros y la belleza se dan la mano. Mi padre, que se había criado en Francia, nos llevó un tiempo intermitente allí, yendo y viniendo según temporada, según había colegio o vacaciones y según él tenía más o menos trabajo. Fue en el plazo que duró su trabajo. Esos años influyeron en mí de manera decisiva. Mi estancia allí, en aquel tiempo, fue entre 1990 a 1993, como dije, intermitentemente, aunque después he regresado otras veces, de vacaciones y para filmar un largometraje independiente que hice entre Málaga y París, en fin, otros recuerdos preciosos en la capital francesa. 

Pues, como comentaba, hace poco me vino al recuerdo una anécdota, un regalo que me hizo mi padre que tuvo un final curioso. Un juguete que me compró un día normal, en un paseo cualquiera, a un vendedor ambulante. No era un juguete caro, ni previsto para ninguna fecha especial, pero fue un juguete que nos hacía gracia usarlo cuando íbamos de paseo. Era un pájaro de plástico capaz de volar. Era de plástico blanco y las alas tenían varias líneas de colores. En la cola, había una pequeña manivela por donde se le daba cuerda interna. Cuando llegaba al máximo, al soltar la manivela, el pájaro batía las alas con mucha rapidez y si lo soltabas, salía volando hacia adelante.

Creo que este juguete se puso de moda en Francia en los años 80 porque años más tarde, los vi en una película de esa fecha, ambientada en París. Supongo que en algún momento dejaron de venderse, o bien por pasotismo de la gente o bien porque provocaron algunas molestias entre transeúntes o vehículos, ya que el pájaro salía volando y no había manera de controlarlo.

Tenía un pico pequeño de goma, pero mi padre le pegó un trozo de goma más grande, que servía mejor de paragolpes, así que pico del pájaro que era pequeñito, pasó a ser largo, parecía el pico de "Curro" la mascota de la expo 92. 

Un día, mi padre y yo echamos a volar el juguete desde nuestro balcón, que aunque era un segundo piso, era muy alto, de casa antigua, así que podría ser como un tercer piso de las casas  de ahora. Hoy día es impensable hacer eso, pero en aquella época, a la gente no le importaba tanto e incluso en una mega ciudad de más de dos millones de habitantes ya en esa época, cuando un transeúnte veía caer el pájaro, era capaz de devolvérnoslo.

Como decía, desde esa altura, el pájaro salía volando hasta el final de calle. Batía sus alas violentamente haciendo un ruido que asustaba a los pájaros y palomas auténticos que estaban por la zona. Cuando llegaba hasta el final, se estrellaba contra alguna pared y había que ir a recogerlo. Muchas veces, alguna persona desconocida lo cogía y amablemente nos lo devolvía. Estuvimos jugando un rato, unas veces lo tiraba él y yo lo esperaba al final de la calle, otras veces lo tiraba yo y mi padre lo recogía y otras veces lo tirábamos juntos. 

El caso, es que aquel verano (creo que fue el del año 90) jugamos mucho con el pájaro. Lo echábamos a volar en casa, en nuestra calle que estaba en el barrio Batignolles en el distrito 17. Aunque parezca mentira, en los años 90, las calles de París eran más o menos como las de Málaga, se podía aún jugar en las calles. Hoy es imposible en ambas ciudades.

También jugábamos con el pájaro en el parque de Luxemburgo, al que nos encantaba ir por la tardes, los fines de semana. A veces, nos arriesgábamos a echar a volar el pájaro desde una punta a otra de la conocida fuente Médici de aquel mismo parque. Esa fuente es una especie de estanque canal, con adornos barrocos esculpidos y esculturas. El peligro que tenía aquella fuente es que si el pájaro caía en el canal de agua, era prácticamente imposible recuperarlo. Pero aún así nos arriesgábamos, lo lanzábamos con fuerza y el pájaro llegaba al otro lado aleteando.


Al cabo de unas semanas, volvimos al parque de Luxemburgo, y volvimos a jugar lanzando el pájaro por encima de setos, entre las ramas de los árboles, por encima de las sillas de auditorio vacío, y también sobre la fuente de los Médicis. Lancé el juguete con fuerza desde la barandilla de piedra de la fuente y el pájaro voló sobre el estanque de agua pero casualmente, el viento lo desvió hacia un lado violentamente y el pájaro se estrelló contra la fachada donde están las estatuas, quedando justo detrás de la cabeza de la escultura de una mujer con vestimenta griega. El pájaro había quedado atrapado, boca abajo, entre la pared y la nuca de la escultura. Parecía que de la cabeza de la mujer le salía un ala y de un hombro le salía otra; ahora que lo pienso, era gracioso, pero en aquel momento me dio pena que el juguete se quedase allí.

Mi padre intentó tirarle piedrecillas, para ver si caía hacia algún lado, pero no había forma. Tampoco era posible llegar con la mano, ni subirse a la barandilla. Creo que incluso con una escalera normal no se hubiese llegado, habría hecho falta una escalera enorme, como las de los servicios del ayuntamiento. Mi padre me recomendó que esperásemos a un día de lluvia o viento, que quizá eso empujaría el pájaro hasta el suelo.

El pájaro estuvo allí un montón de tiempo, años. Nadie lo cogía, ni un guarda forestal o del servicio de limpieza municipal, ni ninguna otra persona. De hecho, estuvo tanto tiempo el pájaro allí escondido tras la cabeza de la estatua, que a veces he buscado en internet por si existen fotos de algún turista, pero no he encontrado, ¿quizá nadie se dio cuenta?

Estuve viendo el pájaro unos meses, cada vez que pasaba por la zona, y pese a la lluvia o los días de tormenta, nada lo sacaba de allí. Mi padre dijo que me compraría otro, pero la moda pasó rápido y ya no se encontraba ese artilugio por ningún lado. Tampoco me preocupó mucho, porque siendo sincero, me olvidé del pájaro al poco tiempo. Había otros juguetes físicos o informáticos, como los videojuegos, otros estímulos de la época.

El pájaro no pude recuperarlo nunca. Su pérdida no supuso demasiado, aunque ahora lo recuerdo con nostalgia, sobre todo por la época y por los ratos con mi padre. Pasó el tiempo y poco después nos marchamos a España. 


Fue recientemente, hace pocos años, que me vino a la memoria esta anécdota, cuando vi aquella película francesa antigua donde salían esos juguetes volando en el centro de París, a manos de un vendedor ambulante; era una comedia con Miou Miou y Gerard Lavin de 1981; o sea, que los dichosos pájaros de juguete ya existían desde mucho antes.

Y ahora que ha pasado el tiempo, mientras escribo este recuerdo... reflexiono: ¿seguirá nuestro pájaro detrás de la cabeza de la escultura en la fuente Médicis? La lógica me dice que no (porque además he visto fotos actuales de esa zona y no veo indicios del juguete), pero pese a que la lógica y la razón de adulto me dice que ese trozo de plástico ya no estará allí, que lo habrían tirado a la basura en algún momento, lo que queda de niño en mi interior, las neuronas de la nostalgia por el pasado, me susurran: "oye Fran, que quizá sigue allí". Si un día regreso y veo que no está, pensaré que una corriente de viento muy fuerte consiguió sacarlo de donde estaba y lo elevó por los aires de París en un último vuelo.


Nota:
Este escrito no es un relato imaginado, está basado en hechos reales. Fran Kapilla.


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