LA PLUMA SIN TINTA

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16 de junio de 2025

EL CONFIDENTE (Relato, Carmen Maqueda)



EL CONFIDENTE
Un relato por Carmen Maqueda


Voy a pintar los labios a esa vieja  que se asoma al espejo cada vez que me miro en él. Mientras no me veo tengo veinte años, treinta o cuarenta como mucho, pero cuando me miro, veo a una anciana. 

Hoy,  mi padre me ha regalado una luna de cuerpo entero. Porque una quinceañera bonita como yo la necesita y me ha hecho ilusión. Las dos cosas, el regalo y las palabras que me dice papá.  Antes, cuando yo tenía doce, él alababa mi inteligencia y nunca hablaba de mi físico. A todo el mundo andaba contándole que era la mejor de la clase, la de las calificaciones más altas…ahora no parece que sea importante, será porque sigo sacando buenas notas y sabe que ya, en esa parcela, no tiene que subirme la autoestima.

Hoy me he mirado muchas veces en mi gran espejo, necesito su aprobación, que me conteste a lo que le pregunto, no me sirve la opinión de mi padre, pero no dice nada, se limita a devolver lo que ve y yo tengo dudas, muchas. 

Es el día de mi boda y por eso mi maravillosa luna me transmite que estoy preciosa y que no me equivoco casándome, pero el reflejo es el  de una mujer triste, dubitativa y con miedo al futuro. 

En nuestro primer aniversario, al pasar de largo por el pasillo he visto en la habitación a Rubén, mi marido, ante el espejo, vestido con ropa interior mía, maquillado y con tacones a medio poner (le están pequeños). He vuelto sobre mis pasos y le he mirado, muda, y él ha dicho: ¿no venías a las nueve? Esto no significa más que aburrimiento, Desi, ¡no te pienses otra cosa! 

Le he dicho que la cocina está sin recoger, por ejemplo, y que eso entretiene mucho. 



El camión de mudanzas lleva a mi nuevo hogar los enseres. Le he rogado a los mozos que cuiden del espejo, ya está viejito, pero no quiero que se rompa, tiene un primer sonido a felicidad, aquellas palabras que lo acompañaron cuando llegó a mí. 

Se ha convertido en mi confesor, aunque es frío como un estanque de Moscú en diciembre, también es sincero, jamás me engañó y ha visto cada cosa! 

Hasta la vida aparentemente más sencilla tiene recovecos y misterios, mentiras que nunca se llegaron a aclarar, verdades sin confesar y trucos empleados para resolver situaciones sin retorno. 

Le prometí a Rubén que nadie se enteraría de su divertimento. ¡Mira, algo que hice bien! porque después de los años sé que me excedí en calificar  aquello, que fue superado por infinidad de experiencias, además siempre me queda esa bala en la recámara. 

 Rubén, me fue amaestrando en el odio, materia de la que yo andaba escasa de conocimiento, y diciéndome lo que debía hacer en cada situación. Traía a casa a personas desconocidas para mí, podían ser indigentes o ilustres catedráticos, me mandaba lavarles los pies o hacerles una felación, que me follaran, o lo que se le ocurriera ese día y decía que eso era experimentar, que era bueno para nosotros. Otras veces eran niñas que secuestraba en la parada del bus, solo para que pasaran miedo, las tenía encapuchadas unas horas y después las soltaba cerca de una calle. Sí, para él todo normal. Empecé a estar harta de mi existencia justo cuando supe que estaba embarazada y la rebelión estalló en mi interior. El asco comenzó con él, vomitaba solo con su presencia. Extrañamente y a pesar de que podía no ser su hijo, la noticia le hizo ilusión. Pero lejos de pensar en un cambio de rutina sexual para nosotros, él  estaba seguro de que mi barriguita añadiría morbosidad a los "juegos".  

Yo tenía que idear algo y tenía que ser drástica. La ocasión tardó en llegar, pero la noche que me puse de parto él  había bebido mucho y le dije que me iba al hospital, que se tomara el café y luego ya iría. Le preparé un café bien cargado de absenta y algunas pastillas, y lo dejé allí, en el sofá, con la puerta de casa abierta y le unté dentro del slip, en las manos, bajo la camisa, de morcilla, chocolate, queso…ah y de collar una ristra de chorizo. ¡Es penoso que tenga una que usar un espejo como confidente! 

Mi nieta Alba ha descubierto que tiene manchas negras y dice que, cuando se mira en él, no se ve con nitidez, que lo cambie por otro, me dice. 

Le he contado que lleva conmigo muchos años y le he preguntado si quiere cambiarme por otra, yo también tengo manchas. Se ha reído. Lo que sí haré, si sigue siendo tan fogosamente realista, tan insensible conmigo, tan poco caritativo, será decirle la verdad: que tiene manchas y que cada día está más borroso. Sabrá lo dura que es la sinceridad. Por cierto, tengo la memoria fatal, no recuerdo si he contado que vivíamos, antes de mudarme a la ciudad, en pleno monte, rodeados de lobos que aullaban de hambre toda la noche.

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