MIRAR HACIA ADELANTE
Un relato por Paco Bravo
Estoy dando un paseo por la avenida principal del barrio. Llevo a mi nieto de la mano y le achucho para que aligere el paso. Cuando miro hacia abajo observo la destreza con la que camina, mientras mira embobado la pantalla del teléfono. Entonces echo una vista atrás y me voy a mi pueblo. Me veo a mí de niño, también embobado, observando a mi padre amasar harina mala en una casa abandonada. Aquella imagen era pura fascinación, parecía un mago en vez de panadero. No podía dejar de mirarlo y cuando se cercioraba de ello me regañaba a gritos, poniéndome a parir, pues mi labor consistía en mirar hacia fuera por si venía la guardia civil. El pan que elaboraba era negro, malo y de estraperlo.
Continúo el camino y pasamos por la plaza principal. Entonces miro hacia arriba y la vista se me va a la terraza del segundo piso de la esquina. En esos bloques verdes vivía mi mejor amigo, Manuel. Él, al igual que yo, aterrizó en Torremolinos a finales de los sesenta, pues en nuestros pueblos estábamos de sobra, como el pan duro que no se gasta por la tarde y acaba en boca de los gorriones. Mientras contengo las lágrimas, miro al cielo y le agradezco su ayuda cuando repartía mi pan a precios de ganga. Manuel empezaba con una furgoneta vieja y yo en una panadería muy retirada. Entonces mi obrador era pequeño pero agradecido, pues me permitía trabajar sin ser perseguido y elaborar pan blanco. También agradezco que me viera como aliado y no como uno de fuera que viene a robar el pan de los vecinos; pues él y yo eramos de crear, no de quitar. Miro arriba del todo y agradezco a Dios que el día que se marchó lo pasara con sus amigos jugando al dominó y no en el hospital.
En el camino miro hacia los lados y me doy cuenta que la ciudad creció como lo hicimos nosotros. Aquí los edificios crecieron como árboles gigantes y venían guiris de todas partes con la idea de divertirse. Curiosamente a ellos le gustaba el pan negro y lo comían de madrugada cuando estaban de borrachera. Por eso tuve que volver al pan de pobres y preparar bocadillos muy raros.
Admito que no era el pan más sabroso ni el más agradecido para elaborar, pero fue sin duda el pan de mi vida: el que me dio para ampliar el negocio y poder regalar una vivienda a cada uno de mis hijos. Por eso me dediqué a él día y noche, sin días de descanso, mirando hacia adelante, pues nunca sabía cuando podía faltar. Y tanto miré hacia adelante que igual me pasé y no vi crecer a mis hijos. Mi padre sabía lo que me gustaba, yo se lo que le gusta a mis nietos. En cambio mis hijos dicen que no se nada de ellos y no puedo quitarles la razón.
Hace poco se fue Manuel y no creo que a mí me quede mucho. La vida es caprichosa como el pan. A veces falta el negro, otras sobra el blanco. Puedes mirar hacia todos lados y nunca sabes dónde vas a encontrar un obrador ni el pan que va a ser demandado. Yo no sé cuánto me queda aquí. Solo sé que seguiré mirando hacia adelante, como hice siempre, pero esta vez sin dejar nada atrás, por eso camino con mi nieto a mi lado y bien agarrado de la mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario