LA PLUMA SIN TINTA

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6 de junio de 2025

LA ÚLTIMA LÍNEA (Relato, Fran Kapilla)

LA ÚLTIMA LÍNEA
Relato por Fran Kapilla


Era la primera vez que iba a Vigata, ese conocido pueblo costero. Un viaje que no planeé mucho; fue como un impulso y casi sin pensarlo, comencé el trayecto en avión hasta el sur de Italia.


Han sido muchos años siguiendo las novelas de El comisario Montalbano y además, siendo un fiel espectador de la serie de televisión sobre el mismo personaje. Se puede decir que soy uno de tantos millones de fans.

Cuando me enteré en las noticias que el propio autor, Andrea Camilleri, iba a estar en Vigata con motivo del rodaje del último episodio, me prometí venir a curiosear. No creo que me dejen acercarme al maestro Camilleri ni al gran actor Luca Zingaretti, que es quien lo encarna. Quizá, con suerte, podría acercarme al verdadero comisario Montalbano, el que trabaja en Vigata todo el año, aunque sospecho que tiene que estar harto de toda la parafernalia de novelas y televisión que se nutren a su costa. Pero igualmente intentaré hacerme una fotografía con alguno de ellos. Mientras iba en último transbordo de autobús, desde Montelusa a Vigata, fui preparando mi estupenda cámara de fotos para viajes. Fue un viaje muy cómodo porque era yo el único pasajero, sería por la hora inclemente de más calor.


Sobre las tres de la tarde, estaba paseando por Vigata tranquilamente, sus calles, sus casas, sus plazas, eran exactamente igual que las describía el autor en las novelas. El calor era algo sofocante pues en junio siempre hace un calor tremendo en esta zona del mundo, al igual que en mi querida Málaga. Era normal, pues que ni un alma se atreviese a pisar las tórridas calles; en Málaga ocurre algo parecido cuando sopla viento de terral, las calles suelen quedar desiertas hasta que se apacigua el clima. Menos mal que llevaba un viejo sombrero de caña amarillento; era muy ligero y me quitaba el sol de la cara.

Poco a poco, fui subiendo la pequeña y solariega cuesta que lleva desde Via Roma hasta Via Barrese. Además de mi mochila y mi cámara, llevaba en la mano una bandeja cerrada de pasteles de Málaga, quería ofrecer algún dulce al autor o al comisario, si me era posible y sino comerlos antes de que el sol acabase con su comestibilidad.

Por fin, fui vislumbrando el edificio de la comisaría general de policía de Vigata. Una fachada antigua y monumental; un alzado que conocía sobradamente por la cantidad de veces que lo he visto en la serie de televisión. Conforme me acercaba, me di cuenta que también esta plaza estaba vacía. Parecía que yo era el único ser humano que se atrevía a caminar a las tres de la tarde bajo un calor de justicia.

Pero hubo algo que me extrañó, pensé que delante de la comisaría, estarían los cineastas filmando ese último episodio, porque el rodaje estaba anunciado para aquel día; pensé que me encontraría con los típicos camiones de rodaje de la RAI, alguna grúa, operarios llevando cables, sillas, cámaras, etc. Todo el circo que se monta cuando hay un rodaje importante. Pero no, el lugar estaba desierto y soleado. ¿Quizá llegaba tarde? Seguí caminando, con la idea de preguntar dentro de la comisaría.

 

Nada más entrar, me cercioré que no había nadie en el interior de la comisaría. Que extraño, nadie me había impedido el paso o preguntado quien demonios era yo, en la puerta. Tampoco estaba el famoso policía bonachón, Catarella, que es quien guarda la garita de recepción. El vacío era sepulcral, era como si todos los policías hubiesen salido corriendo dejando sus quehaceres, los ordenadores estaban encendidos, los papeles en la mesa a medio escribir. Vasos con café aún humeaban, incluso había un cenicero con colillas recién apagadas. Llamé tímidamente al primer despacho, que está en la parte izquierda, el del subcomisario Mimi Augello. La puerta se abrió pero dentro no había nadie. Entonces me encaminé al despacho del fondo, el del comisario Salvo Montalbano, aunque suponía que no había nadie, por respeto, llamé y nada más hacerlo, la puerta se me resbaló y di un portazo tremendo contra la pared. La vibración causada por mi portazo hizo que se cayesen al suelo varios papeles de una torre de documentos situada en la mesa del comisario.


El portazo no alteró a nadie, más que la caída de esos papeles. Me vino un flash, recordé los divertidos portazos que daba Catarella en las novelas. Me acerqué a recoger los papeles para dejarlos en la mesa nuevamente, eran documentos de informes policiales que no comprendía, pero el último papel, al sostenerlo, me dejó asombrado. No era ningún documento oficial, sino un folio escrito a mano con rotulador que ponía: “Enciende la televisión”. ¿A quien estaba dirigida aquella orden? ¿Era un recordatorio o… era para mí?

En la misma mesa, encontré el mando a distancia, y detrás, junto a la puerta, en la esquina, había una vieja televisión cuadrada de los años 90, de formato cuatro tercios y de tubo de imagen. Accioné el mando y al instante salió un reportaje donde se veían fotografías de Andrea Camilleri pasando, desde que era joven hasta fechas recientes, ya siendo mayor. Subí el volúmen de la tele y escuché la voz del presentador de Tele-Vigata, Nicolò Zito:

 

“Hoy, 17 de julio de 2019, nos ha dejado el famoso escritor Andrea Camilleri. Este, ha sido un duro golpe para las artes, para la literatura y para todos los que conocimos al literato. Camilleri ha fallecido a la edad de 93 años y ha dejado un legado cultural innegable.

Desde Vigata, nos mostramos consternados porque es este un final…”

 

En cuanto Zito pronunció esas palabras, la televisión se apagó al instante. Aunque intenté encenderla nuevamente, fue imposible. Salí de la comisaría sin saber qué hacer. Por un lado, estaba la noticia de la muerte de Camilleri, por otro lado, la soledad. Consulté en internet, desde mi móvil si había alguna noticia sobre Vigata, si todos los habitantes se habían ido al entierro de Camilleri, si el rodaje se había suspendido en señal de luto… pero no encontré nada.

Después de mucho deambular por la ciudad, intentando encontrar a algún ser humano, me di cuenta que desde que bajé del bus, no vi a ninguna persona en esta ciudad. Tampoco había visto movimientos de coches ni otro tipo de ruidos. Solamente mis pasos y el murmullo del mar se dejaban oir. Mientras caminaba, pensé en todas las personas que trabajan en Vigata y que yo conozco por las novelas y por la serie, personas que aunque han sido noveladas, tienen su vida real en aquel sitio. ¿Dónde estarán Fazio, Galluzzo, Beatrice, Pasquano, o Livia…? ¿Por qué la trattoria de Enzo estaba vacía? No había nadie en Vigata.

Extrañado, compugido y temeroso, llegué casi sin querer hasta la playa de Marinella. Me senté en una roca bañada por el mar y mientras mis pies se llenaban de agua, pude ver a lo lejos, la casa del comisario Montalbano. No tenía sentido acercarse, seguramente estaría vacía. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Era aquello una pesadilla?

 

De repente, sentí una mano en mi hombro. Me giré y allí estaba ¡el comisario Salvo Montalbano! Tenía puestas sus gafas de sol; llevaba su chaqueta bajo el brazo y la camisa arremangada.

-Buenas días, te pido disculpas, tendría que haberte esperado en la comisaría, que es el sitio donde seguramente habrás ido. Pero es que estaba harto y tenía ganas de pasear por la playa.

-Señor… Montalbano… ¡es usted! –dije tartamudeando- quiero decir, que está usted aquí, pensé que no quedaba nadie… ¿y cómo que usted me esperaba…?

-Imagino las preguntas que te estás haciendo… Pero lo primero es lo primero, abre esa bandeja de dulces. -contestó Montalbano mientras se sentaba a mi lado en la roca.

Montalbano se puso la bandeja entre las piernas y dentro encontró un surtido de pequeñas delicias malagueñas. Un par de Tortas locas, cuatro tortas de algarrobo, seis roscos de vino y doce yemas del Tajo. Sin pensarlo, se zampó una torta loca.

-Mmm, delicioso. Bueno, a ver cómo te lo explico. Esto es el final, así directamente. El autor ha fallecido y nosotros, los personajes, nos evaporamos con él.

-¿Los personajes? ¿Me está diciendo que toda la gente…? El comisario real, el actor…

-El actor sí que existe, pero no está en esta realidad; él está muy tranquilo en su mundo. Pero los que estamos en Vigata tenemos otra existencia… o la hemos tenido.

-Pero, ¿me está queriendo decir que todos los personajes de este pueblo son irreales? ¿Que Camilleri no se ha basado en nadie real, sino que todo es… es una ficción?

-¡Claro! No me digas que no te habías dado cuenta. –me explicaba Salvo, mientras sonreía-. Todo es parte de la mente de Camilleri. Cada personaje ha surgido de su pluma; una pluma que ahora ha quedado sin tinta…

Se hizo un silencio y sólo escuchamos el sonido del mar.

-Cada suceso, cada puñeta que me ha hecho pasar el autor… todo es irreal, igual que la ciudad. ¡Vigata no existe amigo mío! Si te fijas, todas las calles que has visto, incluso la comisaría, son las calles de Porto Empedocle, que es el pueblo donde se inspiró el autor para trazar su urbe particular.

 

-Pero es imposible, en mi mapa pone bien claro la existencia de Vigata, en la agencia de viajes…


-Eso es porque tú también eres un personaje escrito por el autor. Eres parte de esta ficción. –dijo Montalbano muy seguro de sí mismo, mientras se comía una torta de algarrobo de dos bocados.

 

Aquella frase cayó sobre mí como una losa fría y aplastante. Me pareció que todo empezaba a tener sentido a la par que sentía haber llegado a una meta existencial. El impulso extraño que me trajo a Italia, el no haber encontrado a nadie desde Montelusa, la sensación de estar dentro de unos párrafos narrativos… Efectivamente, era un final.

 

-Todo es tan extraño… pero de alguna manera, pienso tiene usted razón. Aunque… me gustaría saber una cosa. ¿Cuál es mi objetivo en esta historia? Si todos los personajes van desapareciendo, ¿qué importancia tiene mi presencia ahora?

-Tu misión era, sencillamente, la de traerme estos dulces. Le dije al autor hace unos meses: “Camilleri, llevas años haciéndomelas pasar canutas, así que te pido que dejes escrito que el último día de existencia, alguien me traiga una suculenta bandeja de pasteles, para comerlos cuando todo esto fuese a acabar.” Y parece que el tipo ha cumplido antes de dejar este mundo; en algún lugar ha escrito una última línea, la de olvidar las situaciones amargas de la vida con algo dulce.

 

Montalbano, satisfecho, me ofreció los dulces de la bandeja. Tomé un rosco de vino.

-Lo que me ha sorprendido es que sean pasteles de Málaga. El autor siempre sorprende. En fin, disfrutemos de esta última puesta de sol con tus dulces. Son el postre de toda una vida. Mira, por el horizonte ya se desdibuja el paisaje…

 

Me miré las manos, empezaba a transparentarme.


-Me siento volátil. Supongo que usted será el último personaje en disiparse, lo digo por su importancia en estas novelas. –Montalbano me miró con un pequeño gesto de pena que me preocupó, pero al instante cambió su faz, sonrió y cogió otro dulce-. Yo había traído mi cámara para hacernos una foto pero… supongo que ya no tendrá sentido.


-Claro, hombre, enciende la cámara y vamos a hacernos una foto. Es el acto en sí lo que tiene sentido, ¿o acaso crees que sirven para otra cosa las fotos?

 

Coloqué la cámara en la roca en modo de disparo automático, justo en ese momento me dí cuenta de que no tenía tarjeta de memoria. ¡Maldita sea! Se me había olvidado la dichosa tarjeta desde el inicio del viaje. Pero no importaba, como decía Montalbano, lo importante era el momento, así que me puse junto a él, sonreímos mostrando la bandeja casi vacía y nos hicimos una foto inexistente en un mundo a punto de desaparecer.

 

 

Nota de Fran Kapilla:

Este relato es un claro homenaje a los libros de “El comisario Montalbano”. El que conozca estas historias, entenderá su significado. Quien aún no conozca estas novelas, le invito a que se sumerja en ellas sin pensarlo. Este cuento, es también, un homenaje al autor, al gran Camilleri, que ha sido mi referente desde hace muchos años.

Cuando terminé el relato, sentí el impulso de hacer un dibujo, donde se ve la famosa comisaría, el mar de Marinella y el personaje protagonista, que podría ser cualquiera.




(Relato incluido en el número 6 - pdf)

 

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