Aquella mañana
Yorgos se levantó exultante, con ilusiones renovadas pues, desde semanas atrás
había incorporado una nueva actividad a su rutina. Un nuevo hábito que ejercía
de medicina para la enfermedad que aquejaba su alma en forma de vacío
existencial. Tras la ducha matutina y su habitual desayuno espartano, se
dirigió al pasillo de casa donde aguardaba su vieja bici ochentera y la funda
de lo que parecía ser una guitarra. Una vez en la calle, montó en su viejo
rocín metálico y asió la funda de su guitarra para poner rumbo a la calle
Renacer 1, donde esperaba impaciente su llegada, doña Juanita : una octogenaria
menudita, de noble mirada y plateados
cabellos, que llevaba diez años viuda y en la más absoluta soledad. Al llegar al barrio de la
anciana, encadenó el ligero medio de transporte frente a su portal y, acompañado por su curvilíneo instrumento,
se dispuso a tomar el ascensor hasta la puerta de la señora. Una vez allí,
pulsó dos veces el timbre y tras un par de minutos de espera, oyó, tras la
puerta de entrada del domicilio, unos cansados pies que parecían reptar
tímidamente. Cuando la noble señora abrió la puerta , Yorgos la envolvió en un cálido abrazo de
"nieto adoptivo" y los dos se adentraron en el interior de la
vivienda.
—¿Cómo se encuentra hoy, doña
Juanita ? preguntó el chico con interés.
—Pues parece que el dolor de
artrosis de las manos me está respetando un poco, aunque las piernas siguen muy
hinchadas, Yorgos , pero lo voy llevando.
—Bueno, hay que tener paciencia y
seguir tomando el tratamiento, que seguro le hará mejorar.
—No me queda otra, hijo, aunque la
mejor medicina es la que me produce tu visita semanal, ya sabes , tu compañía;
el calor humano y también oír tu voz entonando una antigua melodía acompañado por tu guitarra.
—Para mí también es medicina visitarla,
doña Juanita, lo paso genial y aprendo mucho con sus historias pasadas. Y, en
cuanto a la melodía, ¿cuál le apetece escuchar hoy?
—Pues una que me trae gratos
recuerdos es " Toda una vida
", de Antonio Machín. Me hace sentir bailando con mi amado Antonio en un
guateque vecinal de entonces.
—Haré todo lo posible para que
salga bien y complacerla.
Sacó la
guitarra de su funda, calentó un instante los dedos y comenzó a rasgar las
cuerdas de dicho instrumento, como el que acaricia la cara a un ser querido.
Doña Juanita, con los ojos vidriosos, bailaba por la acogedora salita simulando
agarrar la cintura de su fiel y difunto compañero; mientras, las lágrimas se
deslizaban por su cara añorando tiempos pretéritos.
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