EL TABLERO
Un relato de Carmen Maqueda.
Cuando cumples quince años nada te importa más que el aspecto físico. Si tienes parálisis cerebral que te produce boca torcida, ojo torcido y no andas bien, pero tu cerebro funciona, funciona perfectamente…todo es una odisea.
Los de alrededor, que te quieren, intentan normalizar tu situación. Y aún es peor. Sufro ataques de rabia y de impotencia que me producen incluso convulsiones, ellos los ven como parte de mi trastorno y se pasan el día tranquilizándome y pidiéndome que piense en cosas agradables y se me pasará. Yo sé que no, simplemente necesito revelarme y es la forma que he encontrado de hacerlo.
Lo mío ocurrió durante el parto, al parecer tardó más de lo debido y faltó oxígeno a mi cerebro. Después vino mi hermana, ella fue rápida en salir y nació preciosa y sana. Ahora tiene trece, practica deporte, baila, pinta cuadros, toca el piano…y me quiere mucho, me lo demuestra continuamente.
Yo la odio, igual que odio a mis padres y abuelos, a mis compañeras, vecinos y amigos en general. Me duermo pensando en que ojalá amanezcan todos muertos. ¿qué por qué pienso así? No lo sé. Me gustaría no pensarlo, pero hay veces que noto una tormenta dentro mi cabeza y me visitan los pensamientos. Mi hermana dice que ella y todas las chicas también tienen tormentas en la cabeza, pero, las suyas son tormentas distintas. Tengo dificultad para hablar y también para escribir a mano. ¿Imagináis lo que es pasarse el día diciendo monosílabos? Mi padre me incita a que use el miniordenador continuamente, lo llevo colgado del cuello, pero es agotador. Por ejemplo, si quiero decir que hoy salieron muy ricas las lentejas o que tengo sueño, o que me gusta que llueva, no lo escribo. Llego a la conclusión de que es conversación banal y es que no os dais cuenta de que los días están llenos de conversaciones banales, prefiero esperar a que pregunten y usar monosílabos.
En el colegio es diferente, me parece interesante saber cosas y allí todos usamos ordenador, estudiar me gusta y saco buenas notas. Lo peor, las vacaciones.
Estamos en septiembre y, afortunadamente, hemos vuelto a clase. Hay alumnos nuevos, pasa cada año. No los miro, el primer día no, ellos a mí sí, hasta que no se acostumbran a mi presencia les parezco rara y supongo que también fea. No sirve de mucho que en casa me digan que soy bonita, sé mirarme en el espejo. Adrián es uno de los nuevos, me he quedado atónita cuando se ha presentado diciendo que tiene parálisis cerebral, se expresa muy bien, mucho mejor que yo. En el recreo se me ha acercado y hemos estado hablando, mayormente él, yo callada, asintiendo. Me ha dicho que mientras no hable iré a peor, que hay que practicar. ¡Es tan guapo! He llegado a la conclusión de que somos figuritas puestas en un tablero. El tablero se mueve y quieras o no quieras cambias de posición dentro de él. Hoy he conocido a Adrián porque el tablero se ha inclinado y lo ha acercado a mí. Seguro que mañana se irá a la otra esquina del patio. He llegado a casa hablando sin parar y han llamado enseguida a Arantxa, la sicóloga, creen que no me doy cuenta. No sé qué les ha contestado, pero se les ve felices, aunque no entienden ni la mitad de lo que digo. Tengo que estudiar, pero no puedo centrarme en la filosofía, hoy Adrián rebota contra las paredes de mi cerebro como una pelota de tenis. Le he pedido a Claudia que me peine por la mañana, antes de irnos al cole. Sabe hacer unas trenzas chulísimas. Ayer no me dormí con el deseo maligno, así le llamo.
Hoy ando más derecha y me siento más segura con mi peinado. Hoy, en clase, Adrián me ha sonreído, pero hoy, en el patio, el tablero no ha querido que las dos figuritas desfiguradas se unan. Estoy como siempre. Sola, completamente sola.
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