Un relato de Elena Morisca.
Ñoña, muy ñoña, soy ñoñísima, pero es lo que
hay.
He estado enamorada del amor desde que
alcanza mi memoria. Mi sueño dorado era tener un novio para cogerle del brazo y
que me diera un beso como los de las películas de Cine de Barrio, sin entrar
mucho en detalles, que me daba miedo.
El precio a pagar por mi ñoñería ha sido un
crédito vitalicio que me veo obligada a abonar en cómodos plazos. Que se lo
digan a mi psicólogo, me paso el puto día allí.
—Tienes un claro tema de... relación insana
con el apego —me dice siempre.
—¿Pero tiene eso algo que ver con lo de
estrangular a mis muñecas?
—No, eso lo vemos el mes que viene.
Vaya mierda. En serio, qué cagada. Una cosa
más pal bote.
Mi psicólogo es un bendito de Dios, pero se
dedica a rascar y luego siempre salgo moqueando de su consulta.Con su depurada
técnica cognitivo-analítica hemos averiguado muchas cosas, entre otras, que
sufro porque no sé amar "sanamente". Estoy de "sanidad" que
me lo toco.
Y claro, una echa la vista atrás y piensa en
cosas... Cosas como la dichosa barca de La Sirenita. Haced memoria, la
recordáis seguro. De pequeña tenía yo una ecolalia con la que me deleitaba...
Amor verdadero... amor verdadero...Al tercer día... tercer día... tercer día.
Una vez le conté esta problemática
sentimental a un novio mío y me dijo que estaba zumbada, que era una inmadurez
y que la culpa de que yo pensara de forma tan simplista sobre el amor la tenía
La Sirenita. No sé dónde me los busco, de verdad.
La cosa es que yo me lo creí ciegamente durante
años. Estaba tan enamorada de aquel cretino que jamás lo puse en duda. Ahora lo
veo desde fuera y solo puedo decir: Perdóname, Walt.
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