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EL PÁJARO DE JUGUETE QUE VOLABA
Basado en hechos reales. Fran Kapilla
Con diez años, estuve viviendo en París un tiempo, la paradigmática ciudad, la ciudad de la luz, la ciudad donde los problemas callejeros y la belleza se dan la mano. Mi padre, que se había criado en Francia, nos llevó un tiempo intermitente allí, yendo y viniendo según temporada, según había colegio o vacaciones y según él tenía más o menos trabajo. Fue en el plazo que duró su trabajo. Esos años influyeron en mí de manera decisiva. Mi estancia allí, en aquel tiempo, fue entre 1990 a 1993, como dije, intermitentemente, aunque después he regresado otras veces, de vacaciones y para filmar un largometraje independiente que hice entre Málaga y París, en fin, otros recuerdos preciosos en la capital francesa.
Pues, como comentaba, hace poco me vino al recuerdo una anécdota, un regalo que me hizo mi padre que tuvo un final curioso. Un juguete que me compró un día normal, en un paseo cualquiera, a un vendedor ambulante. No era un juguete caro, ni previsto para ninguna fecha especial, pero fue un juguete que nos hacía gracia usarlo cuando íbamos de paseo. Era un pájaro de plástico capaz de volar. Era de plástico blanco y las alas tenían varias líneas de colores. En la cola, había una pequeña manivela por donde se le daba cuerda interna. Cuando llegaba al máximo, al soltar la manivela, el pájaro batía las alas con mucha rapidez y si lo soltabas, salía volando hacia adelante.
Creo que este juguete se puso de moda en Francia en los años 80 porque años más tarde, los vi en una película de esa fecha, ambientada en París. Supongo que en algún momento dejaron de venderse, o bien por pasotismo de la gente o bien porque provocaron algunas molestias entre transeúntes o vehículos, ya que el pájaro salía volando y no había manera de controlarlo.
Tenía un pico pequeño de goma, pero mi padre le pegó un trozo de goma más grande, que servía mejor de paragolpes, así que pico del pájaro que era pequeñito, pasó a ser largo, parecía el pico de "Curro" la mascota de la expo 92.
Un día, mi padre y yo echamos a volar el juguete desde nuestro balcón, que aunque era un segundo piso, era muy alto, de casa antigua, así que podría ser como un tercer piso de las casas de ahora. Hoy día es impensable hacer eso, pero en aquella época, a la gente no le importaba tanto e incluso en una mega ciudad de más de dos millones de habitantes ya en esa época, cuando un transeúnte veía caer el pájaro, era capaz de devolvérnoslo.
Como decía, desde esa altura, el pájaro salía volando hasta el final de calle. Batía sus alas violentamente haciendo un ruido que asustaba a los pájaros y palomas auténticos que estaban por la zona. Cuando llegaba hasta el final, se estrellaba contra alguna pared y había que ir a recogerlo. Muchas veces, alguna persona desconocida lo cogía y amablemente nos lo devolvía. Estuvimos jugando un rato, unas veces lo tiraba él y yo lo esperaba al final de la calle, otras veces lo tiraba yo y mi padre lo recogía y otras veces lo tirábamos juntos.
El caso, es que aquel verano (creo que fue el del año 90) jugamos mucho con el pájaro. Lo echábamos a volar en casa, en nuestra calle que estaba en el barrio Batignolles en el distrito 17. Aunque parezca mentira, en los años 90, las calles de París eran más o menos como las de Málaga, se podía aún jugar en las calles. Hoy es imposible en ambas ciudades.
También jugábamos con el pájaro en el parque de Luxemburgo, al que nos encantaba ir por la tardes, los fines de semana. A veces, nos arriesgábamos a echar a volar el pájaro desde una punta a otra de la conocida fuente Médici de aquel mismo parque. Esa fuente es una especie de estanque canal, con adornos barrocos esculpidos y esculturas. El peligro que tenía aquella fuente es que si el pájaro caía en el canal de agua, era prácticamente imposible recuperarlo. Pero aún así nos arriesgábamos, lo lanzábamos con fuerza y el pájaro llegaba al otro lado aleteando.
Al cabo de unas semanas, volvimos al parque de Luxemburgo, y volvimos a jugar lanzando el pájaro por encima de setos, entre las ramas de los árboles, por encima de las sillas de auditorio vacío, y también sobre la fuente de los Médicis. Lancé el juguete con fuerza desde la barandilla de piedra de la fuente y el pájaro voló sobre el estanque de agua pero casualmente, el viento lo desvió hacia un lado violentamente y el pájaro se estrelló contra la fachada donde están las estatuas, quedando justo detrás de la cabeza de la escultura de una mujer con vestimenta griega. El pájaro había quedado atrapado, boca abajo, entre la pared y la nuca de la escultura. Parecía que de la cabeza de la mujer le salía un ala y de un hombro le salía otra; ahora que lo pienso, era gracioso, pero en aquel momento me dio pena que el juguete se quedase allí.
Mi padre intentó tirarle piedrecillas, para ver si caía hacia algún lado, pero no había forma. Tampoco era posible llegar con la mano, ni subirse a la barandilla. Creo que incluso con una escalera normal no se hubiese llegado, habría hecho falta una escalera enorme, como las de los servicios del ayuntamiento. Mi padre me recomendó que esperásemos a un día de lluvia o viento, que quizá eso empujaría el pájaro hasta el suelo.
El pájaro estuvo allí un montón de tiempo, años. Nadie lo cogía, ni un guarda forestal o del servicio de limpieza municipal, ni ninguna otra persona. De hecho, estuvo tanto tiempo el pájaro allí escondido tras la cabeza de la estatua, que a veces he buscado en internet por si existen fotos de algún turista, pero no he encontrado, ¿quizá nadie se dio cuenta?
Estuve viendo el pájaro unos meses, cada vez que pasaba por la zona, y pese a la lluvia o los días de tormenta, nada lo sacaba de allí. Mi padre dijo que me compraría otro, pero la moda pasó rápido y ya no se encontraba ese artilugio por ningún lado. Tampoco me preocupó mucho, porque siendo sincero, me olvidé del pájaro al poco tiempo. Había otros juguetes físicos o informáticos, como los videojuegos, otros estímulos de la época.
El pájaro no pude recuperarlo nunca. Su pérdida no supuso demasiado, aunque ahora lo recuerdo con nostalgia, sobre todo por la época y por los ratos con mi padre. Pasó el tiempo y poco después nos marchamos a España.
Fue recientemente, hace pocos años, que me vino a la memoria esta anécdota, cuando vi aquella película francesa antigua donde salían esos juguetes volando en el centro de París, a manos de un vendedor ambulante; era una comedia con Miou Miou y Gerard Lavin de 1981; o sea, que los dichosos pájaros de juguete ya existían desde mucho antes.
Y ahora que ha pasado el tiempo, mientras escribo este recuerdo... reflexiono: ¿seguirá nuestro pájaro detrás de la cabeza de la escultura en la fuente Médicis? La lógica me dice que no (porque además he visto fotos actuales de esa zona y no veo indicios del juguete), pero pese a que la lógica y la razón de adulto me dice que ese trozo de plástico ya no estará allí, que lo habrían tirado a la basura en algún momento, lo que queda de niño en mi interior, las neuronas de la nostalgia por el pasado, me susurran: "oye Fran, que quizá sigue allí". Si un día regreso y veo que no está, pensaré que una corriente de viento muy fuerte consiguió sacarlo de donde estaba y lo elevó por los aires de París en un último vuelo.
Nota:
Este escrito no es un relato imaginado, está basado en hechos reales. Fran Kapilla.
MIRAR HACIA ADELANTE
Un relato por Paco Bravo
Estoy dando un paseo por la avenida principal del barrio. Llevo a mi nieto de la mano y le achucho para que aligere el paso. Cuando miro hacia abajo observo la destreza con la que camina, mientras mira embobado la pantalla del teléfono. Entonces echo una vista atrás y me voy a mi pueblo. Me veo a mí de niño, también embobado, observando a mi padre amasar harina mala en una casa abandonada. Aquella imagen era pura fascinación, parecía un mago en vez de panadero. No podía dejar de mirarlo y cuando se cercioraba de ello me regañaba a gritos, poniéndome a parir, pues mi labor consistía en mirar hacia fuera por si venía la guardia civil. El pan que elaboraba era negro, malo y de estraperlo.
Continúo el camino y pasamos por la plaza principal. Entonces miro hacia arriba y la vista se me va a la terraza del segundo piso de la esquina. En esos bloques verdes vivía mi mejor amigo, Manuel. Él, al igual que yo, aterrizó en Torremolinos a finales de los sesenta, pues en nuestros pueblos estábamos de sobra, como el pan duro que no se gasta por la tarde y acaba en boca de los gorriones. Mientras contengo las lágrimas, miro al cielo y le agradezco su ayuda cuando repartía mi pan a precios de ganga. Manuel empezaba con una furgoneta vieja y yo en una panadería muy retirada. Entonces mi obrador era pequeño pero agradecido, pues me permitía trabajar sin ser perseguido y elaborar pan blanco. También agradezco que me viera como aliado y no como uno de fuera que viene a robar el pan de los vecinos; pues él y yo eramos de crear, no de quitar. Miro arriba del todo y agradezco a Dios que el día que se marchó lo pasara con sus amigos jugando al dominó y no en el hospital.
En el camino miro hacia los lados y me doy cuenta que la ciudad creció como lo hicimos nosotros. Aquí los edificios crecieron como árboles gigantes y venían guiris de todas partes con la idea de divertirse. Curiosamente a ellos le gustaba el pan negro y lo comían de madrugada cuando estaban de borrachera. Por eso tuve que volver al pan de pobres y preparar bocadillos muy raros.
Admito que no era el pan más sabroso ni el más agradecido para elaborar, pero fue sin duda el pan de mi vida: el que me dio para ampliar el negocio y poder regalar una vivienda a cada uno de mis hijos. Por eso me dediqué a él día y noche, sin días de descanso, mirando hacia adelante, pues nunca sabía cuando podía faltar. Y tanto miré hacia adelante que igual me pasé y no vi crecer a mis hijos. Mi padre sabía lo que me gustaba, yo se lo que le gusta a mis nietos. En cambio mis hijos dicen que no se nada de ellos y no puedo quitarles la razón.
Hace poco se fue Manuel y no creo que a mí me quede mucho. La vida es caprichosa como el pan. A veces falta el negro, otras sobra el blanco. Puedes mirar hacia todos lados y nunca sabes dónde vas a encontrar un obrador ni el pan que va a ser demandado. Yo no sé cuánto me queda aquí. Solo sé que seguiré mirando hacia adelante, como hice siempre, pero esta vez sin dejar nada atrás, por eso camino con mi nieto a mi lado y bien agarrado de la mano.
BOMBAS AL CIELO
Un poema por Margarita Piaf
He visto niños sin brazos,
subir hasta el cielo,
con sus alas.
Familias enteras,
desmembradas bajo los escombros,
he escuchado el estruendo,
del cielo,
abriéndoles paso,
a la paz.
He sentido en mi memoria,
los llantos ancestrales,
del hambre,
de los ancianos.
Quizás otro día en nuestros,
brazos sin piel,
por bombas de racimo,
podamos sentir,
ese abrazo que no les dimos.
PELOTAS AL CIELO
Un relato de Paco Bravo
Otro más que había muerto en la Loma, Pedro. Un baluarte del club. Desde los setenta como jugador, desde los ochenta como entrenador y en los noventa vicepresidente. Una camiseta blanquiazul, con su marco plateado y el número cinco. Marcola, su apellido. Abogado del innegociable Cuatro Cuatro Dos.
-Juan, tú no tienes el pie de tu padre. Juegas en defensa y entra antes que el delantero reciba, si no estás muerto.- me dijo Pedro en 1984, cuando tenía yo dieciocho.
Cuando él era técnico nos mantuvimos varios años. Jamás subíamos pero tampoco bajábamos, de categoría. Para los equipos de ciudad como Antequera, Campillos o Alora, nuestro campo, el Gerard Brenan, era un infierno de albero donde con contacto y juego aéreo, como mínimo perdían. Nuestro campo era nuestra casa, aunque no tuviera gradas pero sí barandas. Toda la aldea se arrimaba a las barandas oxidadas que el mismo Pedro o yo pintábamos de blanquiazul.
La aldea entera alentaba a pie de campo, y los gritos se escuchaban a kilómetros. No faltaba una madre, mujer o hijo cada domingo por la mañana. Y a espaldas de la portería visitante una alfombra de matorrales silvestres y punzantes que obligaban al portero rival tener que gastar dos minutos incómodos en coger el balón. Los utileros se hacían los tontos. El Edu, que era adolescente con tintes criminales, soltaba al terreno de juego un perro para perder tiempo. El Gerard Brenan, por otro lado, era el único campo de futbol por el que pasaba la vía del tren. De noche era iluminado por esos incandescentes y lumínicos focos, pero solo a mitad del campo.
No había otra opción para los lomeños: fuéramos mejores o peores, teníamos que jugar, sí o sí, con ese escudo compuesto por un avión y cuatro franjas azules. Mientras en otras barriadas ya jugaban en canchas con césped artificial, nosotros aún manteníamos nuestro imperioso albero; y mientras el ayuntamiento nos expulsaba con su ausencia, siendo el único club de la ciudad que no tenía césped; nosotros ganábamos partidos diblando a los contrarios, que se agarrotaban en los hoyos de nuestra particular plaza de toros; y sobretodo, abusando del juego aéreo.
Una cancha desproporcionada, rectangular y con holgura en la zona izquierda. Pero era nuestra casa. Todos conocíamos el campo de guerra, y yo, teniendo grandes habilidades para el cuerpeo pero ninguna con el balón, sabía golpear pelotazos milímetros que caían a nuestro delantero Pato, torpe y destartalado, pero de cabeza las enganchaba todas. También en nuestra casa contábamos con la hora en que el avión de Madrid volaba por encima, minutos en los que siempre se desconcentraba el rival.
- Pega un balonazo y cuando pierdas de vista el balón da dos pasos y controla de pecho- me dijo mi padre en 1973.
Lo intenté varias veces pero no pude. Tampoco aprendí bien a dar golpeos de falta pese a que él me ayudó. Mi padre esperaba que el avión pasara para pegar un balonazo al cielo y que pudiera suspenderse en el aire casi un minuto. Era una única forma de controlar un balón que bajaba del cielo sin poder verlo ni escucharlo.
Jugó en el Málaga y después de una lesión grave volvió al club, donde siempre estuvo vinculado. Cuando el Pájaro, Román, Pepillo o los Morales no querían hacerse cargo del juvenil o regional (el equipo de adultos) ahí andaba siempre mi padre como interino. Yo, siendo jugador, le ayudaba a plantear partidos, pero en la cantina del campo siempre andaban los vecinos opinando. Entre whiskeys y dominós todos eran técnicos. De nada servía que mi viejo hubiera jugado contra Cruyff, Breitner o Del Bosque. La táctica colectiva era norma categórica en la cantina. Pues todos habían colaborado en el club: El Pájaro había construido los baños, Pedro había armado la cantina con sus constructores. Pepillo, que poseía la gran parte de los terrenos de la Loma, ponía la mayor pasta y, Román, que tenía la empresa de hormigones, renovaba todos los años el albero, una tierra que cada vez era más cara, a la par que obsoleta.
En los noventa me hice al tanto de la presidencia. Román había muerto, pues era complicado durar tanto bebiendo coñac por la mañana, cerveza al medio día y a la noche whiskey. Pepillo había caído enfermo y sus hijos no llevaron bien sus asuntos ganaderos. Sus terrenos fueron intervenidos por el Banco Malo, lo que incitó que una plaga de Okupas se apropiara de los terrenos.
En la Loma ya quedábamos menos. Cuando era niño jugaba en la carretera porque el campo siempre estaba ocupado. De hora en hora parábamos el juego porque pasaba algún coche. Ahora, en cambio, faltan personas y balones.
Soy el peor presidente del club: no consigo más que mantener un equipo alevín y otro infantil. Y todo ello porque los clubes cercanos renuncian a estas categorías.
Los pocos vecinos de la Loma se fueron a otros lugares. Sobre la Loma cada vez pasan más aviones. Creo que acabaremos sordos o radioactivos como Chernobyl. Desde que en el aeropuerto hicieron esa maldita segunda pista, los rentacares y parkings han invadido la aldea; y nuestros vecinos ahora son una plaga de coches.
Y allí, velando a Pedro, con las gentes que aún siguen o que ya se fueron, andabámos en nuestro nuevo lugar de encuentro: el bar de Parcemasa. Total, al menos te refugias de la lluvia, pero nada que ver con la cantina de nuestro Gerard Brenan. Era Enero de 2015, y nuestro último vaquero había muerto. Con él se iba la historia de nuestro Atlético. Mi padre, el Pájaro y los Morales tambien habían muerto. Era yo el único que quedaba y la gente quería que mantuviese vivo el club. Las reliquias suelen aumentar valor con el tiempo, el problema es mantenerlas cuando su coste es inviable. La cantina anda abandonada, y los matorrales invaden la mitad del campo.
Todo el mundo me buscaba, pareciera que fuera a mí a quien le dieran el pésame y no a la mujer de Pedro. Sabían que muriendo Pedro el club también perecería, pero la casa de la Loma se había convertido en el típico cortijo lindo, lleno de recuerdos pero que el resto del año yacía en olvido.
- Ahora que Málaga ha instalado su ciudad deportiva puede tener más posibilidades de mantenerse- afirmaba la viuda de uno de los Morales.
Interrumpió uno de los hijos de Pepillo.
- Recuerdas cuando remontamos al Antequera? Todo el mundo allí en casa, ningún lomeño faltó.
Y entre tanto tumulto apareció casi en silla de ruedas Ben Barek, una leyenda marroquí del Málaga que fue compañero de mi padre. Se acercó a la barra. Yo estaba bebiendo, en honor a todos los lomeños. El Wiskey y el juego aéreo había mantenido nuestro humilde club de todo el acoso municipal. Ben Barek siempre me cayó bien. Siempre fue un tipo humilde, de gran sabiduría futbolística, y, desde que dejó el fútbol profesional siguió de cerca el fútbol local. Conocía bien nuestra historia, como la de todos los clubs de barriadas de Málaga. Pero desde que le dieron ese premio de honor el Málaga CF, que durante tantos años le escupió, su mirada era diferente. Se dirigió a mí.
- Juan, te acuerdas de mí? Te acuerdas cuando te sentabas al lado mía en los campos?
- Sí, y hablábamos de los jugadores que destacaban en los clubs de barrio. Muy pocos llegaron a primera, pero unos pocos sí que llegaron a segunda.
- Cierto. Precisamente del fútbol base quería hablarte.
-Dime-muy serio, no me gustó su tono cínico.
- El Málaga CF tiene una oferta para ti. Necesita un campo para explotar los centros de alto rendimiento. Ya sabes, un nuevo modelo que se usa ahora para mejorar a los jugadores.
- No me interesa, Ben, gracias.
-Dejame que termine, Juan. Tendrás por fin el campo de césped que tanto habéis soñado los lomeños.
No quise golpearle: uno porque tenía la edad de mi padre, dos porque fue compañero de él y tres porque se que pasó penurias económicas y ahora el club le estaba dando cierta estabilidad. Igualmente, el sabía que mientras yo estuviera vivo el club sería la casa de la Loma.
- Ben, te lo diré con el máximo respeto. Y sólo porque fuiste compañero de mi padre. Sabes lo que es el Gerard Brenan, verdad?
- Sabes que ya no es nada, y solo quedan recuerdos del club que fue.
- Sigue siendo nuestro club. Nuestra casa. Busca otro campo donde estafar, aquí se juega al fútbol.
- Tu padre no estaría...
- Eh, eh -interrumpí- Mi padre no está aquí para defenderse. Él no va mendigando migajas a un club que se dedica a robar.
Ben se fue. No esperaba que ese niño que conoció le hablara así. A decir verdad, yo tampoco me sentí cómodo siendo tajante con una leyenda del fútbol. Pero Gerard Brenan construyó este campo hace casi cien años para que los niños de la Loma tuvieran donde jugar. Él venía cuando el aeropuerto solo gestionaba vuelos privados, en plena guerra. Mientras volaban portaviones y lanzaban bombas, un oasis de tierra salvaba a esos niños que peloteaban y las luces de la vía del tren los iluminaba. Mi padre, Pedro, Román, el Pájaro fueron esos niños salvados y salvadores.
En nuestra casa la filosofía era sencilla: si eras bueno jugabas con los pies. Si eras malo pegabas pelotazos y jugabas de cabeza. En nuestra casa jugábamos los buenos y los malos. En nuestra casa no habían representantes, ni entrenadores de alta cualificación, ni padres que creyeran que su hijo fuera a jugar en el Madrid. En la Loma no había mentiras, solo un balón. En la Loma el terreno de juego era el campo de batalla, el Gerard Brenan nuestra casa, donde no sólo jugábamos los futbolistas.
EL ALCACHOFAZO (Parte 1)
Un relato por Fran Kapilla
Permítanme
que les hable del suceso del 30 de agosto de 1993. A la tórrida y abrasante
hora de las cuatro de la tarde, tuvo lugar una batalla de titanes, un
enfrentamiento de dos fuerzas temibles que haría estremecer los cimientos del
deporte. Me refiero, claro está, al partido de fútbol entre el equipo del
colegio La Biznaga de Málaga contra el equipo del colegio Los Girasoles de
Churriana. Aquel partido pasará a los anales de la historia deportiva como uno
de los más duros que jamás se ha conocido.
Ríanse de los partidos finales del Mundial de fútbol de cualquier año... lo que se vio aquella tarde, está grabado a sangre y fuego en las mentes de quienes lo presenciaron.
Como es sabido, los niños del colegio La Biznaga de Málaga, eran, en aquella época, rivales eternos y absolutos de la gente del colegio Los Girasoles de Churriana. No había encuentro en el que la fiereza de ambos contrincantes, acabase en lesiones y una amalgama de vituperios que se reflejaban luego en la prensa local. Hasta la prensa de Málaga llegaban las iras de aquellos niños de once años.
Pero aquel día de 1993, la cosa era diferente, hacía dos años exactos que ambos equipos no se encontraban. Los chicos rondaban los trece años, habían crecido, eran más fuertes que Robocop y más rápidos que el coche de Batman.
La
"liguilla" entre colegios, que tenía lugar en la provincia, había
revelado que la final sería disputada entre los consabidos rivales. Tres
semanas antes del partido, nuestro entrenador, Don Basilio Guzmán (que además,
era profesor de religión e informática), nos había tenido ejercitándonos
duramente. Don Basilio se rascaba su panza con agitación y limpiaba sus gafas
de culo de vaso continuamente cuando se acercaba la fecha del partido. Había
veces, que entraba a mitad de una clase, fuese la que fuese, para reclamar a
sus jugadores.
-Buenas Juan, -decía Don Basilio mientras abría la puerta al mismo tiempo que llamaba-, vengo a llevarme a los chiquillos, que toca entrenamiento.
-¡Pero hombre, Basilio! ¡Que están en mitad de un examen! -respondía Don Juan Cepeda, maestro de matemáticas.
-Ya veo... bueno, no importa Juan, ponles un notable y listo, estos niños son muy listos. ¡Venga, soltad los lápices y arriba!
-¡Pero...! ¿Y si entro yo a tu clase interrumpiendo un examen? -decía Don Juan, indignado.
-Pues te cedería gustosamente a los alumnos y les pondría un sobresaliente, porque sé que iban en misión de capital importancia.
-¿Y te parece que jugar al fútbol es más importante que un examen?
-¡Alto! ¡Por ahí no, Juan, por ahí no! -respondía Don Basilio con contundencia y cambiando el gesto, pasando de la afabilidad al enfado. - No es sólo un partido de fútbol, ¡es la defensa de nuestro nombre, del colegio! ¡es nuestra segunda casa! ¡es el honor a la memoria de todos los que nos precedieron! ¡es el honor de tus descendientes! ¿acaso crees que un hijo tuyo te volvería a mirar a la cara si tu ahora mismo no dejas salir a estos chiquillos y por culpa de esa nefasta decisión provocas nuestra derrota? ¿te podrías mirar a la cara?
-Hombre... yo...
-No sé si te podrías mirar a la cara, pero estoy seguro que el resto de compañeros no lo harían.
Y así es como
Don Basilio nos sacaba de las clases para entrenar durante aquellos días. Con
cualquier otro profesor, aquello podría ser una bicoca, una oportunidad para
"hacer novillos", pero Don Basilio nos sacaba de la lumbre que
provoca un examen y nos metía en la hoguera que provocan sus entrenamientos.
En aquella época no se entrenaba como hoy. Algunos tenían chandals de gimnasia que daban un calor tremendo, de una tela que quizá se usaba también para aislar satélites en el espacio, para evitar que el calor solar los dañase; otros, tenían que conformarse con camisetas de propaganda, de arroz, de calzados Zamora, o de Muebles Marcelino. Y en general dábamos gracias que teníamos una especie de uniforme deportivo pagado por el colegio, de calidad ínfima y que además picaba. Pero ese uniforme no se usaba en los entrenamientos, para evitar rotura o suciedad. Así que entrenábamos con lo que cada uno llevaba. Ahí he visto a muchachos corriendo con pantalones de pana, sandalias, botas, camisas de cuadros y hasta con muletas. El mismo Don Basilio corría con sus zapatos negros, su camisa de líneas finas y su corbata. Solamente cuando estaba agotado, se permitía aflojar ligeramente el nudo de la corbata.
Dos semanas antes del partido, Don Basilio nos convocó en el salón de actos, que tenía un escenario pero no tenía proyector ni pantalla gigante, no, eso era cosa futurista o de cines. Lo que había en aquel 93 en las escuelas era una tele normal corriente, de tubo “culona”, en un carrito con ruedas. En la bandeja inferior había un vídeo VHS conectado. Ese carrito se ponía delante de los alumnos y se procedía a dar al "play". A veces, como las cintas no estaban rebobinadas, al darle al play salían unos segundos del final, con lo cual, se jodía el argumento. El caso es que el profesor nos puso una cinta y vimos al equipo de Churriana entrenando.
-Esto que véis, -dijo el profesor desde la penumbra del salón- ha costado sangre conseguirlo... fue Don Matías, que con una valentía inaudita, se adentró con la videocámara en el campo de Churriana. Todo para obtener estas imágenes secretas.
Don Matías llevaba dos semanas de baja. Ahora lo comprendía todo. En las imágenes se veían a los chavales entrenando y haciendo pases de balón. En cierto momento dado, alguien señalaba al cámara, a Don Matías. Entonces, uno de los niños de churriana, tomaba algo del suelo que no se distinguía bien, parecía una piedra o similar... y la lanzaba contra la cámara. Se podía percibir el impacto, la cámara cayendo al suelo y el fin de la grabación.
-¿Don Matías
se encuentra bien? -preguntó Fernando.
-Vamos a lo
importante ahora... -exclamo el profesor mientras suspiraba y hacía retrocer la
grabación.- Aquí podéis ver el rostro de vuestros rivales. Estudiad sus
facciones, memorizad sus movimientos, pensad en ellos día y noche. Si vas a
comer, que sea con estas imágenes en la mente, si vas a cagar, que sea pensando
en cómo se mueve esta gente. Estudiad esta grabación.
Por la tarde,
quedamos todos los niños en casa de Ramón. Después de merendar mientras veíamos
un episodio de Bola de Dragón, tuvimos un debate.
-¿Qué pensáis del partido en Churriana? Cuando hemos jugado contra ellos, siempre ha sido en Málaga– preguntó Paco.
-¡Casi es
mejor ni ir al partido! –dijo, temeroso, Ramón.
Mientras
estábamos hablando, en la tele, que se había quedado encendida, salió un anuncio
de la película Terminator 2. La voz de un narrador decía: “¡El gran éxito de
las pantallas, ya en venta directa, para que la disfrutes en casa! Luego salían
imágenes de la película en varias situaciones y finalmente, el Terminator, con
gafas de sol, decía: “Sé valiente y compra esta película”. Vale, posiblemente
habían doblado el anuncio de una manera cutre, pero aquello nos sirvió de
inspiración…
No entiendo por qué mis palabras convencieron a los compañeros. Quizá en esa edad, estábamos flipados, pero pensar que Don Basilio, a pocos años de la jubilación, con panza y gafas, era capaz de convertirse en Arnold Swarzenegger… era una fantasía extrema.
Después de la charla, pusimos un rato la videoconsola y echamos unas partidas al Contra y al Mario. Viendo aquellos muñecos pixelados de 8bits, atacando al personaje principal, pensé durante un instante, si el encuentro contra Churriana tendría un “game over” similar…
Sin embargo,
un día antes del partido, ocurrió un hecho de gravísima importancia que hizo
cambiar todo. Permítanme que me refresque la boca con un trago de mojito y
luego seguiré narrando esta crónica. Un suceso increíble que quizá nos hizo
definirnos como lo que hoy somos.
Continuará...
VIAJES EN EL TIEMPO
Un microrrelato por David Salinas
(Colección de Microrrelatos)
Un científico inventó una máquina del tiempo. Viajó con ella al futuro y comprobó desalentado que aquellos a los que no habían matado las guerras, los habían destruido los efectos del cambio climático, y los pocos supervivientes que quedaban sobre la faz de la tierra, vivían sumidos en la miseria y la pobreza debido a la escasez de recursos y alimentos.
Pero el científico decidió arreglar aquella situación y viajó al pasado. Allí se encontró con su joven padre y logró convencerle para que obligara a su hijo a estudiar letras en lugar de ciencias.
«Ya no te quiero, digiérelo». Y eso hice:
mastiqué tu nota hecha pedazos. Hoy he tenido que llamar al fontanero, la Q ha
obstruido el tubo sifónico.
EL CONFIDENTE
Un relato por Carmen Maqueda
Voy a pintar los labios a esa vieja que se asoma al espejo cada vez que me miro en él. Mientras no me veo tengo veinte años, treinta o cuarenta como mucho, pero cuando me miro, veo a una anciana.
Hoy, mi padre me ha regalado una luna de cuerpo entero. Porque una quinceañera bonita como yo la necesita y me ha hecho ilusión. Las dos cosas, el regalo y las palabras que me dice papá. Antes, cuando yo tenía doce, él alababa mi inteligencia y nunca hablaba de mi físico. A todo el mundo andaba contándole que era la mejor de la clase, la de las calificaciones más altas…ahora no parece que sea importante, será porque sigo sacando buenas notas y sabe que ya, en esa parcela, no tiene que subirme la autoestima.
Hoy me he mirado muchas veces en mi gran espejo, necesito su aprobación, que me conteste a lo que le pregunto, no me sirve la opinión de mi padre, pero no dice nada, se limita a devolver lo que ve y yo tengo dudas, muchas.
Es el día de mi boda y por eso mi maravillosa luna me transmite que estoy preciosa y que no me equivoco casándome, pero el reflejo es el de una mujer triste, dubitativa y con miedo al futuro.
En nuestro primer aniversario, al pasar de largo por el pasillo he visto en la habitación a Rubén, mi marido, ante el espejo, vestido con ropa interior mía, maquillado y con tacones a medio poner (le están pequeños). He vuelto sobre mis pasos y le he mirado, muda, y él ha dicho: ¿no venías a las nueve? Esto no significa más que aburrimiento, Desi, ¡no te pienses otra cosa!
Le he dicho que la cocina está sin recoger, por ejemplo, y que eso entretiene mucho.
El camión de mudanzas lleva a mi nuevo hogar los enseres. Le he rogado a los mozos que cuiden del espejo, ya está viejito, pero no quiero que se rompa, tiene un primer sonido a felicidad, aquellas palabras que lo acompañaron cuando llegó a mí.
Se ha convertido en mi confesor, aunque es frío como un estanque de Moscú en diciembre, también es sincero, jamás me engañó y ha visto cada cosa!
Hasta la vida aparentemente más sencilla tiene recovecos y misterios, mentiras que nunca se llegaron a aclarar, verdades sin confesar y trucos empleados para resolver situaciones sin retorno.
Le prometí a Rubén que nadie se enteraría de su divertimento. ¡Mira, algo que hice bien! porque después de los años sé que me excedí en calificar aquello, que fue superado por infinidad de experiencias, además siempre me queda esa bala en la recámara.
Rubén, me fue amaestrando en el odio, materia de la que yo andaba escasa de conocimiento, y diciéndome lo que debía hacer en cada situación. Traía a casa a personas desconocidas para mí, podían ser indigentes o ilustres catedráticos, me mandaba lavarles los pies o hacerles una felación, que me follaran, o lo que se le ocurriera ese día y decía que eso era experimentar, que era bueno para nosotros. Otras veces eran niñas que secuestraba en la parada del bus, solo para que pasaran miedo, las tenía encapuchadas unas horas y después las soltaba cerca de una calle. Sí, para él todo normal. Empecé a estar harta de mi existencia justo cuando supe que estaba embarazada y la rebelión estalló en mi interior. El asco comenzó con él, vomitaba solo con su presencia. Extrañamente y a pesar de que podía no ser su hijo, la noticia le hizo ilusión. Pero lejos de pensar en un cambio de rutina sexual para nosotros, él estaba seguro de que mi barriguita añadiría morbosidad a los "juegos".
Yo tenía que idear algo y tenía que ser drástica. La ocasión tardó en llegar, pero la noche que me puse de parto él había bebido mucho y le dije que me iba al hospital, que se tomara el café y luego ya iría. Le preparé un café bien cargado de absenta y algunas pastillas, y lo dejé allí, en el sofá, con la puerta de casa abierta y le unté dentro del slip, en las manos, bajo la camisa, de morcilla, chocolate, queso…ah y de collar una ristra de chorizo. ¡Es penoso que tenga una que usar un espejo como confidente!
Mi nieta Alba ha descubierto que tiene manchas negras y dice que, cuando se mira en él, no se ve con nitidez, que lo cambie por otro, me dice.
Le he contado que lleva conmigo muchos años y le he preguntado si quiere cambiarme por otra, yo también tengo manchas. Se ha reído. Lo que sí haré, si sigue siendo tan fogosamente realista, tan insensible conmigo, tan poco caritativo, será decirle la verdad: que tiene manchas y que cada día está más borroso. Sabrá lo dura que es la sinceridad. Por cierto, tengo la memoria fatal, no recuerdo si he contado que vivíamos, antes de mudarme a la ciudad, en pleno monte, rodeados de lobos que aullaban de hambre toda la noche.
LOCURA CON AMOR
Poesía por María Merino
Angustia,
dolor,
tristeza.
Mis pensamientos me sobrepasan,
como el agua que rebosa del vaso
justo antes de que el tiempo lo vacíe.
Miedo,
desconfianza,
inseguridad.
Es todo lo que digo,
cuando no hablo
y mis ojos no mienten.
Rencor,
rabia,
impotencia.
Porque mis silencios son incomprensibles
y mis palabras se atascan
junto con las lágrimas de mi corazón.
Me quema,
me ahoga,
me mata.
No poder explicarte
que mi corazón aprendió a luchar solo
y no se acostumbra a compartir su dolor.
Me callo,
me pierdo
y no puedo,
si quiera,
mirarte
y pedirte perdón.
Me envenenan,
gritan
y no cesan,
las voces que retumban en mi interior
y, que aún siendo mudas
me ensordecen, amor.
No te culpo,
porque ni yo entiendo
mi vergüenza
al sentir dolor.
Pero si me culpo,
por crecer pensando
en desconectar el corazón.
DESCONECTANDO EL CORAZÓN
Poesía por María Merino
Sutilmente me acerco a tu oído
y suspiro de amor.
Desesperada susurro tu nombre
y tú me miras de nuevo
con esos ojos que me devoran por dentro
sin ningún pudor.
Cariño,
te suplico,
que no desates los deseos
que hay en nuestro interior,
porque no seré yo quien te detenga
y te niegue mi amor.
Ignorando a la cordura,
que se pierde en tu mirada,
mis mejillas se enrojecen,
mi respiración se acelera
y, aguardó paciente,
al roce de tus labios en mi piel.
Y tú enloqueces,
de amor profundo,
de arte desnudo.Sutilmente me acerco a tu oído
y suspiro de amor.
Desesperada susurro tu nombre
y tú me miras de nuevo
con esos ojos que me devoran por dentro
sin ningún pudor.
Cariño,
te suplico,
que no desa…
[10:41, 16/6/2025] bravo: Título: Locura con amor.
Autora: María Merino.
Poesía.
Angustia,
dolor,
tristeza.
Mis pensamientos me sobrepasan,
como el agua que rebosa del vaso
justo antes de que el tiempo lo vacíe.
Miedo,
desconfianza,
inseguridad.
Es todo lo que digo,
cuando no hablo
y mis ojos no mienten.
Rencor,
rabia,
impotencia.
Porque mis silencios son incomprensibles
y mis palabras se atascan
junto con las lágrimas de mi corazón.
Me quema,
me ahoga,
me mata.
No poder explicarte
que mi corazón aprendió a luchar solo
y no se acostumbra a compartir su dolor.
Me callo,
me pierdo
y no puedo,
si quiera,
mirarte
y pedirte perdón.
Me envenenan,
gritan
y no cesan,
las voces que retumban en mi interior
y, que aún siendo mudas
me ensordecen, amor.
No te culpo,
porque ni yo entiendo
mi vergüenza
al sentir dolor.
Pero si me culpo,
por crecer pensando
en desconectar el corazón.
A TROMPICONES Y PELOTAZOS
Artículo por Enrique Merino
"El Liverpool es un equipo que da gusto ver", aludía Álvaro Benito en Noviembre del año pasado. Uno de los grandes baluartes de la historia reciente del Madrid, con una prometedora carrera que se vio truncada por un aluvión de lesiones. No hay adjetivo que defina la muerte futbolística de un jugador prodigioso a tan temprana edad.
Pero no hay mal que por bien no venga, y después de suplir su carrera de jugador con la exitosa banda Pignoise, este chico no ha parado de reinventarse. Sólo un hombre sin rodillas puede crear muletas perfectas, por ello además de haber dirigido exitosamente el fútbol base de su club natal, es actualmente uno de los mayores analistas del deporte rey. Él vio la copa de la Premier levantándose en Anfield meses antes que el resto de los mundanos.
No cabe duda que denunciar la falta de salida de balón del Madrid fuera una dosis dura de realidad, pero este canterano supo muy pronto aguantar el dolor y desde comienzos de temporada avisaba de ello sin autoengaños. El Liverpool la saca con McAllister y el Madrid es incapaz de hacerlo con Bellingham o Valverde. "El Madrid juega al pelotazo, a merced de encontrar la carrera de Mbappe o Vinicius", "Es este el plan de Ancelotti?", recalcaba.
Los presagios en Agosto incitaban a frotarse las manos: Vigente campeón de Europa, llegada de Mbappe y una aglutinación de jugadores candidatos al balón de oro. Una reencarnación de Los Galácticos pero en edad "prime". Kylian tenía por fin su ejército de Espartanos y quién mejor para comandar el barco que Ancelotti, el Blas de Lezo de los banquillos. En cambio, la temporada arrancó y el tridente mágico (Vini, Kylian y Rodrygo) no atinaba. Dudas no había en esa línea, tampoco en la defensa. Sin embargo el centro del campo era una improvisación constante: Bellingham y Valverde los únicos indiscutibles; eso sí, corriendo hacia todos lados sin sentido, sin encontrar posición y solapándose entre ellos. Ese McAllister sobre el que empieza la circulación del Liverpool no es a priori mejor que Bellingham, simplemente encuentra al hombre libre que genera la primera superioridad en ataque. Por ello, esta temporada Courtois ha ejercido la función de armador, pues es el portero la única figura que puede ejercer salida cuando no hay superioridad. Y a trompicones y pelotazos el Madrid conseguía sacar los partidos, hasta que vinieron los rivales de verdad. El Milán goleando y el Barça aplastando en el primer clásico. Para colmo, Carvajal se lesionó de los ligamentos cruzados, Militao y Alaba volvieron a enfermería y Mendy con sus achaques ambivalentes.
En definitiva, una temporada en blanco, como su juego: A trompicones y pelotazos. Se salva la eliminatoria contra el City, con un memorable gol de Mbappe a pase largo de Asencio. No fue su primer gran pase largo, pues a partir de otra asistencia similar en Liga su nombre empezó a circular. A trompicones y pelotazos, Asencio dio asistencias importantes y rindió como central, defendiendo marcas que perdían otros. Mbappe aprovechó pelotazos y balones que llegaban a trompicones. Pero el fútbol no es cosa de dos sino de once. Por eso de poco sirvieron los pelotazos en el Bernabéu que ni Bellingham ni Rudiger, al más puro estilo Alexanco, pudieron rematar. Pues los grandes rematadores poco pueden hacer cuando tienen cuatro defensores encima. A trompicones fue Fran García a defender un remate de Mikel Merino, perdiendo la marca de Saka, aquel que finalmente anotó el gol que sepultó al Madrid en su competición fetiche. De poco sirvió ver al vocero de Pedrerol en el Bernabéu anunciando la futura remontada.
Actualmente no hay Messis ni Cristianos. Mbappe y Vinicius son buenos pero no resuelven partidos solos. Se parecen más a Robinho que al Maradona del 86. En el fútbol moderno los balones de oro no ganan los partidos. Hoy se tiene que correr con balón, sin balón y, sobre todo, con ideas. Álvaro Benito es un gran analista y es por ello que hace poco mostró una jugada que simboliza la temporada del Madrid: Bellingham da un pase en profundidad a Vinicius que corta Cubarsí. Este mismo abre a la banda para Lamine. Entre tanto, Bellingham se echa las manos a la cabeza y Vinicius se queda arriba mirando como un espectador cualquiera el gol que anota Pedri, rematando libre de marcas. Uno se lamenta, el otro mira. Parece la fotografía clásica de una pachanga de barrio: los buenos corren con balón y al perderlo esperan que los malos lo recuperen.
Una temporada en blanco, el enemigo haciendo doblete con canteranos y el club-estado ganando la Champions el primer año que juega sin su estrella. Los reyes miran y el príncipe que no pudo reinar narra la tragedia. Por eso Álvaro es el único madridista ganador de esta temporada. Lo ha hecho fabricándose muletas perfectas, dando lecciones de fútbol al mundo, mientras las estrellas a los que dios le dió piernas corren a trompicones y malgastan su talento en pegar pelotazos.
ESCRIBIR
Ensayo por Antonio Caparrós
Sí; aunque aún resuena en mis oídos el poema de Blas de Otero "Me queda la palabra", ¿sobre qué escribir a estas alturas de mi vida? Cuando la autocracia rusa amenaza con una Tercera Guerra Mundial con rostro atómico si no se le permite fagocitar a un Estado soberano independiente; cuando los fanáticos sionistas no ocultan su voluntad genocida incluso en niños y niñas inocentes en la más absoluta impunidad y al amparo del nuevo Calígula norteamericano; cuando Rousseau pierde la partida frente a Thomas Hobbes y las democracias participativas comienzan a perder cualquier atisbo de esperanza futura; cuando Montesquieu es sustituido en nuestro país y prolifera el "lawfer" para tumbar al adversario; cuando una gigantesca ola reaccionaria está cada día más próxima alimentada por la apatía e ignorancia de las masas cosificadas; cuando la gente pierde todo el interés por buscar la verdad y se entrega, como siempre, a la propaganda del primer payaso o payasa que pasaba por allí; cuando la alegría es destruida por los noticieros de cualquier cadena televisiva o radiofónica..., ¿sobre qué escribir, sobre la risa tal vez?, ¿por qué no?
Escribamos sobre la risa; escribamos acerca de esa
reacción que celebra la vida y nos aleja
del espíritu de la seriedad, de lo siniestro, de la muerte. Tenemos como avales
la Segunda Poética de Aristóteles que tanto agraviaba al venerable Jorge de
Burgos (persobaje-homenaje a Jorge Luis Borges, según parece) en la excelente película, dirigida
por Jean-Jacques Annaud e inspirada en la famosa obra de Umberto Eco, "El
nombre de la rosa", ¿os acordáis? Y, sobre todo, no olvidemos la apuesta
por la misma (la risa) de uno de los hombres que más dolor físico tuvo que
soportar en vida a causa de su terrible e incurable enfermedad: Friedrich
Nietzsche.
Riamos y que lo cómico se imponga a lo trágico.
Cuadro de Leonid Pasternak
pero en tu mirada, el tiempo se detiene.
Compañeros de silla, hoy la rutina
se rompe en la promesa de lo que viene.
Los planes de verano en el aire flotan,
y en cada despedida, un "hasta pronto".
Tus manos, sin querer, las mías rozan,
un roce que mi corazón nota, ¡cuánto!
Vacaciones a la vista, destinos lejanos,
pero el mejor viaje es el que aquí comienza.
Este adiós de oficina, entre mil planos,
es el dulce presagio de nuestra sapiencia.
Nos vemos al regreso, o quizás antes,
cuando el sol invite a no esperar más.
Este amor de oficina, de instantes,
ya no quiere excusas, quiere libertad.
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#05 mayo 2025 |
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#06 junio 2025 |
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#07 julio 2025 |
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#08 agosto 2025 |
Aquella mañana el sol no salió. Un eclipse, un error del reloj, un sueño. Los habitantes parloteaban sin cesar en la calle, en bares, en el metro, en todas las casas las orejas estaban atentas a una explicación de tan increíble suceso. La noche mientras tanto salió ganando.
Duraba desde la mañana a la noche y desde la noche a la mañana. La oscuridad lo cubría todo, un eterno eclipse total, según algunos el esperado gran apagón. Los amantes de las horas nocturnas empezaron a preguntarse si tenía sentido dormir durante el día para estar despierto en la noche. Las horas diurnas eran nocturnas y el sentido de protesta de su acción contra la sociedad ya no era coherente.
Al tercer día las plantas empezaron a perder el verde de sus hojas, un color entre marrón y gris cubrió el bosque. Las flores dejaron de abrir sus cuerpos al amanecer. La mañana envuelta en tinieblas daba paso a la tarde sumida en la penumbra. La luz de las farolas adornaban calles y rostros a lo largo de cada hora. Ya no era necesario hablar de días. El tiempo sumido en la oscuridad eran solo segundos, un eterno transcurrir, un amasijo sin sentido. Ya no existía el descanso, los empresarios levantaron sus quejas por el pago extra de las horas nocturnas, los políticos preguntaban a expertos cuanto duraría aquello y como deberían afrontar los entresijos del futuro más oscuro de la historia.
Ni la ciencia, ni la religión, ni la filosofía tenían respuesta alguna. Los científicos resolvían sus dudas analizando los datos recogidos sin llegar a la más acertada de las teorías. Las diferentes religiones, unidas en asambleas por primera vez en la historia, debatían textos milenarios, bíblicos, apócrifos y otros olvidados y eximían causas justificadas para aclarar hechos tan extraordinarios. Los filósofos más calmados argumentaban cambios, un simple desvarío en la inestabilidad del espacio tiempo, un símbolo del eterno cambio.
Sin embargo, ante todo pronóstico, la IA fue contundente. Si el sol no brillaba: alguien había cortado el cable. Líderes políticos, académicos y catedráticos quedaron boquiabiertos. La existencia de un cable cósmico capaz de dar energía al sol podría alimentar la tierra sin necesidad de pagar a las empresas energéticas ni un céntimo. Los teléfonos de Estado comenzaron a sonar, la solución a la falta de luz apareció en el mejor momento, cuando los ánimos crispados alentaban grandes manifestaciones y disturbios en las calles. En el catorceavo mediodía ocurrió algo inesperado, el sol encendió su esférico cuerpo como antes nadie lo recordaba.
El rumor corrió entre los pasillos. Universidades, centros de investigación y concilios querían una respuesta. Fue entonces cuando los sindicatos dieron una rueda de prensa. Una huelga, dijeron. El sol, bajo la presión de los sindicatos, había iniciado una huelga hacía ahora dos semanas. La razón del fin de la misma: la incapacidad de un sistema para purgar los malos hábitos, de restaurar la calma frente a la neurosis productiva, un sistema condenado a la extinción. La noche perdió su magia. Un selfie en el almuerzo aseguraba el trending topic.
El amanecer comenzó a ser
venerado por nuevas tendencias religiosas y el cableado cósmico instaurada como
asignatura obligatoria en el grado de física. Los pájaros volvieron a cantar y
los árboles respiraron tranquilos mecidos por el aire cálido de la primavera.
(Relato incluido en el próximo ejemplar: Número 6 digital y papel)
LA
ÚLTIMA LÍNEA
Relato por Fran Kapilla
Era la primera vez que iba a Vigata, ese conocido pueblo costero. Un viaje que no planeé mucho; fue como un impulso y casi sin pensarlo, comencé el trayecto en avión hasta el sur de Italia.
Han sido muchos años siguiendo las novelas de El comisario Montalbano y además, siendo un fiel espectador de la
serie de televisión sobre el mismo personaje. Se puede decir que soy uno de
tantos millones de fans.
Cuando me enteré en las noticias que el propio autor, Andrea Camilleri, iba a
estar en Vigata con motivo del rodaje del último episodio, me prometí venir a
curiosear. No creo que me dejen acercarme al maestro Camilleri ni al gran actor
Luca Zingaretti, que es quien lo encarna. Quizá, con suerte, podría acercarme
al verdadero comisario Montalbano, el que trabaja en Vigata todo el año, aunque
sospecho que tiene que estar harto de toda la parafernalia de novelas y
televisión que se nutren a su costa. Pero igualmente intentaré hacerme una
fotografía con alguno de ellos. Mientras iba en último transbordo de autobús,
desde Montelusa a Vigata, fui preparando mi estupenda cámara de fotos para
viajes. Fue un viaje muy cómodo porque era yo el único pasajero, sería por la
hora inclemente de más calor.
Sobre las tres de la tarde, estaba paseando por Vigata tranquilamente, sus
calles, sus casas, sus plazas, eran exactamente igual que las describía el
autor en las novelas. El calor era algo sofocante pues en junio siempre hace un
calor tremendo en esta zona del mundo, al igual que en mi querida Málaga. Era
normal, pues que ni un alma se atreviese a pisar las tórridas calles; en Málaga
ocurre algo parecido cuando sopla viento de
terral, las calles suelen quedar desiertas hasta que se apacigua el clima.
Menos mal que llevaba un viejo sombrero de caña amarillento; era muy ligero y
me quitaba el sol de la cara.
Poco
a poco, fui subiendo la pequeña y solariega cuesta que lleva desde Via Roma
hasta Via Barrese. Además de mi mochila y mi cámara, llevaba en la mano una
bandeja cerrada de pasteles de Málaga, quería ofrecer algún dulce al autor o al
comisario, si me era posible y sino comerlos antes de que el sol acabase con su
comestibilidad.
Por
fin, fui vislumbrando el edificio de la comisaría general de policía de Vigata.
Una fachada antigua y monumental; un alzado que conocía sobradamente por la
cantidad de veces que lo he visto en la serie de televisión. Conforme me
acercaba, me di cuenta que también esta plaza estaba vacía. Parecía que yo era
el único ser humano que se atrevía a caminar a las tres de la tarde bajo un
calor de justicia.
Pero
hubo algo que me extrañó, pensé que delante de la comisaría, estarían los
cineastas filmando ese último episodio, porque el rodaje estaba anunciado para
aquel día; pensé que me encontraría con los típicos camiones de rodaje de la
RAI, alguna grúa, operarios llevando cables, sillas, cámaras, etc. Todo el
circo que se monta cuando hay un rodaje importante. Pero no, el lugar estaba
desierto y soleado. ¿Quizá llegaba tarde? Seguí caminando, con la idea de
preguntar dentro de la comisaría.
Nada
más entrar, me cercioré que no había nadie en el interior de la comisaría. Que
extraño, nadie me había impedido el paso o preguntado quien demonios era yo, en
la puerta. Tampoco estaba el famoso policía bonachón, Catarella, que es quien
guarda la garita de recepción. El vacío era sepulcral, era como si todos los
policías hubiesen salido corriendo dejando sus quehaceres, los ordenadores
estaban encendidos, los papeles en la mesa a medio escribir. Vasos con café aún
humeaban, incluso había un cenicero con colillas recién apagadas. Llamé
tímidamente al primer despacho, que está en la parte izquierda, el del
subcomisario Mimi Augello. La puerta se abrió pero dentro no había nadie.
Entonces me encaminé al despacho del fondo, el del comisario Salvo Montalbano,
aunque suponía que no había nadie, por respeto, llamé y nada más hacerlo, la
puerta se me resbaló y di un portazo tremendo contra la pared. La vibración
causada por mi portazo hizo que se cayesen al suelo varios papeles de una torre
de documentos situada en la mesa del comisario.
El portazo no alteró a nadie, más que la caída de esos
papeles. Me vino un flash, recordé los divertidos portazos que daba Catarella en las
novelas. Me acerqué a recoger los papeles para dejarlos en la mesa nuevamente,
eran documentos de informes policiales que no comprendía, pero el último papel,
al sostenerlo, me dejó asombrado. No era ningún documento oficial, sino un
folio escrito a mano con rotulador que ponía: “Enciende la televisión”. ¿A
quien estaba dirigida aquella orden? ¿Era un recordatorio o… era para mí?
En la misma mesa, encontré el mando a distancia, y detrás, junto a la puerta,
en la esquina, había una vieja televisión cuadrada de los años 90, de formato cuatro
tercios y de tubo de imagen. Accioné el mando y al instante salió un reportaje
donde se veían fotografías de Andrea Camilleri pasando, desde que era joven
hasta fechas recientes, ya siendo mayor. Subí el volúmen de la tele y escuché
la voz del presentador de Tele-Vigata, Nicolò Zito:
“Hoy, 17 de julio de
2019, nos ha dejado el famoso escritor Andrea Camilleri. Este, ha sido un duro
golpe para las artes, para la literatura y para todos los que conocimos al
literato. Camilleri ha fallecido a la edad de 93 años y ha dejado un legado
cultural innegable.
Desde Vigata, nos
mostramos consternados porque es este un final…”
En
cuanto Zito pronunció esas palabras, la televisión se apagó al instante. Aunque
intenté encenderla nuevamente, fue imposible. Salí de la comisaría sin saber
qué hacer. Por un lado, estaba la noticia de la muerte de Camilleri, por otro
lado, la soledad. Consulté en internet, desde mi móvil si había alguna noticia
sobre Vigata, si todos los habitantes se habían ido al entierro de Camilleri,
si el rodaje se había suspendido en señal de luto… pero no encontré nada.
Después de mucho deambular por la ciudad, intentando encontrar a algún ser
humano, me di cuenta que desde que bajé del bus, no vi a ninguna persona en
esta ciudad. Tampoco había visto movimientos de coches ni otro tipo de ruidos.
Solamente mis pasos y el murmullo del mar se dejaban oir. Mientras caminaba,
pensé en todas las personas que trabajan en Vigata y que yo conozco por las
novelas y por la serie, personas que aunque han sido noveladas, tienen su vida
real en aquel sitio. ¿Dónde estarán Fazio, Galluzzo, Beatrice, Pasquano, o
Livia…? ¿Por qué la trattoria de Enzo estaba vacía? No había nadie en Vigata.
Extrañado, compugido y temeroso, llegué casi sin querer hasta la playa de
Marinella. Me senté en una roca bañada por el mar y mientras mis pies se
llenaban de agua, pude ver a lo lejos, la casa del comisario Montalbano. No
tenía sentido acercarse, seguramente estaría vacía. ¿Dónde estaba todo el
mundo? ¿Era aquello una pesadilla?
De
repente, sentí una mano en mi hombro. Me giré y allí estaba ¡el comisario Salvo
Montalbano! Tenía puestas sus gafas de sol; llevaba su chaqueta bajo el brazo y
la camisa arremangada.
-Buenas
días, te pido disculpas, tendría que haberte esperado en la comisaría, que es
el sitio donde seguramente habrás ido. Pero es que estaba harto y tenía ganas
de pasear por la playa.
-Señor…
Montalbano… ¡es usted! –dije tartamudeando- quiero decir, que está usted aquí,
pensé que no quedaba nadie… ¿y cómo que usted me esperaba…?
-Imagino
las preguntas que te estás haciendo… Pero lo primero es lo primero, abre esa
bandeja de dulces. -contestó Montalbano mientras se sentaba a mi lado en la
roca.
Montalbano
se puso la bandeja entre las piernas y dentro encontró un surtido de pequeñas
delicias malagueñas. Un par de Tortas
locas, cuatro tortas de algarrobo, seis roscos de vino y doce yemas del Tajo. Sin pensarlo, se zampó
una torta loca.
-Mmm,
delicioso. Bueno, a ver cómo te lo explico. Esto es el final, así directamente.
El autor ha fallecido y nosotros, los personajes, nos evaporamos con él.
-¿Los
personajes? ¿Me está diciendo que toda la gente…? El comisario real, el actor…
-El
actor sí que existe, pero no está en esta realidad; él está muy tranquilo en su
mundo. Pero los que estamos en Vigata tenemos otra existencia… o la hemos
tenido.
-Pero,
¿me está queriendo decir que todos los personajes de este pueblo son irreales?
¿Que Camilleri no se ha basado en nadie real, sino que todo es… es una ficción?
-¡Claro!
No me digas que no te habías dado cuenta. –me explicaba Salvo, mientras
sonreía-. Todo es parte de la mente de Camilleri. Cada personaje ha surgido de
su pluma; una pluma que ahora ha quedado sin tinta…
Se
hizo un silencio y sólo escuchamos el sonido del mar.
-Cada
suceso, cada puñeta que me ha hecho pasar el autor… todo es irreal, igual que la
ciudad. ¡Vigata no existe amigo mío! Si te fijas, todas las calles que has
visto, incluso la comisaría, son las calles de Porto Empedocle, que es el
pueblo donde se inspiró el autor para trazar su urbe particular.
-Pero
es imposible, en mi mapa pone bien claro la existencia de Vigata, en la agencia
de viajes…
-Eso es porque tú también eres un personaje escrito por el autor. Eres parte de
esta ficción. –dijo Montalbano muy seguro de sí mismo, mientras se comía una
torta de algarrobo de dos bocados.
Aquella
frase cayó sobre mí como una losa fría y aplastante. Me pareció que todo
empezaba a tener sentido a la par que sentía haber llegado a una meta
existencial. El impulso extraño que me trajo a Italia, el no haber encontrado a
nadie desde Montelusa, la sensación de estar dentro de unos párrafos
narrativos… Efectivamente, era un final.
-Todo
es tan extraño… pero de alguna manera, pienso tiene usted razón. Aunque… me
gustaría saber una cosa. ¿Cuál es mi objetivo en esta historia? Si todos los
personajes van desapareciendo, ¿qué importancia tiene mi presencia ahora?
-Tu
misión era, sencillamente, la de traerme estos dulces. Le dije al autor hace
unos meses: “Camilleri, llevas años haciéndomelas pasar canutas, así que te
pido que dejes escrito que el último día de existencia, alguien me traiga una
suculenta bandeja de pasteles, para comerlos cuando todo esto fuese a acabar.” Y
parece que el tipo ha cumplido antes de dejar este mundo; en algún lugar ha
escrito una última línea, la de olvidar las situaciones amargas de la vida con
algo dulce.
Montalbano,
satisfecho, me ofreció los dulces de la bandeja. Tomé un rosco de vino.
-Lo
que me ha sorprendido es que sean pasteles de Málaga. El autor siempre
sorprende. En fin, disfrutemos de esta última puesta de sol con tus dulces. Son
el postre de toda una vida. Mira, por el horizonte ya se desdibuja el paisaje…
Me
miré las manos, empezaba a transparentarme.
-Me siento volátil. Supongo que usted será el último personaje en disiparse, lo
digo por su importancia en estas novelas. –Montalbano me miró con un pequeño
gesto de pena que me preocupó, pero al instante cambió su faz, sonrió y cogió
otro dulce-. Yo había traído mi cámara para hacernos una foto pero… supongo que
ya no tendrá sentido.
-Claro, hombre, enciende la cámara y vamos a hacernos una foto. Es el acto en
sí lo que tiene sentido, ¿o acaso crees que sirven para otra cosa las fotos?
Coloqué
la cámara en la roca en modo de disparo automático, justo en ese momento me dí
cuenta de que no tenía tarjeta de memoria. ¡Maldita sea! Se me había olvidado
la dichosa tarjeta desde el inicio del viaje. Pero no importaba, como decía
Montalbano, lo importante era el momento, así que me puse junto a él, sonreímos
mostrando la bandeja casi vacía y nos hicimos una foto inexistente en un mundo
a punto de desaparecer.
Nota de Fran Kapilla:
Este relato es un claro homenaje a los libros de “El comisario Montalbano”. El que conozca estas historias, entenderá su significado. Quien aún no conozca estas novelas, le invito a que se sumerja en ellas sin pensarlo. Este cuento, es también, un homenaje al autor, al gran Camilleri, que ha sido mi referente desde hace muchos años.
Cuando terminé el relato, sentí el impulso de hacer un dibujo, donde se ve la famosa comisaría, el mar de Marinella y el personaje protagonista, que podría ser cualquiera.
(Relato incluido en el número 6 - pdf)